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  MARTES 15/07/2025
“Fordlandia”, la utopía fallida de Henry Ford en el Amazonas
El aclamado historiador Greg Grandin narra el ambicioso y desastroso intento del magnate automotriz por crear una ciudad modelo en Brasil.

El reconocido historiador y escritor estadounidense Greg Grandin, ganador del Premio Pulitzer, presenta por primera vez en español “Fordlandia: Auge y caída de la olvidada ciudad selva de Henry Ford”, editado por Prometeo Libros.

La obra revive la increíble historia del fallido experimento que el empresario automotriz impulsó en el corazón del Amazonas brasileño en 1927.

Movido por la necesidad de asegurar el suministro de caucho para su industria y por una visión idealista, Henry Ford adquirió una gigantesca extensión de selva, con el objetivo de construir Fordlandia, una ciudad que replicara el estilo de vida y los valores del medio oeste estadounidense.

Con casas ordenadas, plazas, clubes sociales y hasta campos de golf, Ford imaginó una comunidad modelo donde imperara la moral puritana y la disciplina laboral.

Sin embargo, el proyecto pronto se vio superado por las fuerzas de la naturaleza y la resistencia cultural de los trabajadores locales. La selva amazónica, con sus plagas y condiciones extremas, arruinó las plantaciones de caucho, mientras que los obreros brasileños rechazaron las estrictas reglas de vida impuestas, generando disturbios y sabotajes.

Grandin ofrece un retrato fascinante y crítico de esta utopía fallida, describiendo cómo la arrogancia del industrialismo estadounidense chocó de frente con la complejidad de uno de los ecosistemas más ricos y frágiles del planeta.

Ambición humana

Según el autor, Fordlandia no es sólo la historia de un fracaso empresarial, sino también una advertencia sobre los límites de la ambición humana y los riesgos del capitalismo desmedido.

Finalista del National Book Award de no ficción, “Fordlandia” es una obra atrapante que revela el trasfondo político, ambiental y social de este experimento olvidado, cuyas consecuencias resuenan hasta hoy.

Con un relato vibrante y documentado, Grandin invita a reflexionar sobre el sueño de progreso ilimitado, y las tensiones entre la tecnología, la cultura y la naturaleza.

“Fordlandia”, la tierra de fantasía de Ford en la Amazonía

La selva de la Amazonía ya engulló el campo de golf Winding Brook Golf Course. Las inundaciones hicieron estragos en el cementerio, y dejaron un rastro de cruces de concreto. ¿Y el hospital de cien camas que diseñó el aclamado arquitecto de Detroit Albert Kahn? Lo destruyeron los saqueadores.

Dado el nivel de deterioro y decrepitud que hay en este pueblo, fundado en 1928 por el empresario industrial Henry Ford en lo más profundo de la cuenca del río Amazonas, uno no esperaría toparse con las casas imponentes y bien preservadas en Palm Avenue. Sin embargo, ahí estaban, gracias a los ocupantes ilegales.

“Esta calle fue el paraíso de los saqueadores: los ladrones se llevaron los muebles, las perillas de las puertas, cualquier cosa que dejaran los estadounidenses”, señaló Expedito Duarte de Brito, un lechero jubilado de 71 años que vive en una de las casas construidas para los directivos de Ford, las cuales se ubican en lo que se planeó como un pueblo utópico rodeado de plantaciones.

“Pensé: ‘Si yo no habito este pedazo de historia, será una ruina más de Fordlandia’”.

En más de una década como reportero en América Latina -relata Simón Romero- he realizado una gran cantidad de viajes al Amazonas: me atraían una y otra vez sus ríos vastos, los cielos gloriosos, las ciudades prósperas, las civilizaciones perdidas y las historias de arrogancia que consumió la naturaleza. Sin embargo, por algún motivo nunca había llegado a Fordlandia.

Resolví esa situación este año, cuando abordé una barcaza en Santarém, un puesto de avanzada ubicado en la confluencia de los ríos Amazonas y Tapajós, y realicé el viaje de seis horas al lugar en el que Ford, uno de los hombres más ricos del mundo, intentó convertir una huella colosal de selva brasileña en una tierra de la fantasía del Medio Oeste estadounidense.

Exploré el lugar a pie. Me paseé por las ruinas y hablé con los buscadores de oro, los agricultores y los descendientes de los trabajadores de la plantación que viven aquí. Lejos de ser una ciudad perdida, Fordlandia es el hogar de cerca de 2000 personas, algunas de las cuales viven en estructuras derruidas que se construyeron hace casi un siglo.

Plan para “Fordlandia”

Ford, el fabricante de automóviles considerado uno de los fundadores de los métodos de producción industrial de Estados Unidos, trazó su plan para Fordlandia con el fin de tener su propia producción de caucho, el cual se utilizaba en la fabricación de neumáticos y partes de autos, como válvulas, mangueras y tapones.

Al hacerlo, se introdujo en una industria que fue moldeada por el imperialismo y supuestos pretextos botánicos. Brasil era el hogar del Hevea brasiliensis, el codiciado árbol del caucho, y la cuenca del Amazonas había estado en auge de 1879 a 1912 cuando las industrias de Estados Unidos y Europa coparon la demanda por ese producto.

No obstante, para desgracia de los líderes brasileños, Henry Wickham, un botánico y explorador británico, extrajo en secreto semillas de Hevea brasiliensis de Santarém, con lo cual proporcionó el suministro genético para plantaciones de caucho en las colonias británicas, holandesas y francesas que estaban en Asia.

Estas labores al otro lado del mundo devastaron la economía brasileña del caucho. Sin embargo, Ford detestaba depender de los europeos, porque temía que hubiera una propuesta de Winston Churchill de crear un cartel del caucho. Por lo tanto, en un movimiento que satisfizo a los funcionarios brasileños, adquirió una gran extensión de terreno en el Amazonas.

Ineptitud

Desde un inicio, la ineptitud y la tragedia plagaron la empresa, y el historiador Greg Grandin las documentó meticulosamente en un libro que leí mientras el bote llegaba a Tapajós. Los hombres de Ford hicieron caso omiso a los expertos que pudieron aconsejarles sobre agricultura tropical, y plantaron semillas de valor dudoso, lo cual provocó que las plagas destruyeran la plantación.

A pesar de sufrir este tipo de reveses, Ford construyó un pueblo al estilo de Estados Unidos, para que lo habitaran brasileños que quisieran moldearse a lo que Ford consideraba valores estadounidenses.

Los empleados se instalaron en búngalos hechos de tabla de chilla -diseñados en Michigan, por supuesto-, algunos de los cuales siguen en pie. Los faroles iluminaban las aceras de concreto. Porciones de estas veredas aún se encuentran en el pueblo, cerca de tomas de agua de color rojo, bajo la sombra de salones de baile deteriorados y almacenes derruidos.

“Resulta que Detroit no es el único lugar en el que Ford produjo ruinas”, dijo Guilherme Lisboa, de 67 años, el dueño de un pequeño hostal llamado “Pousada Americana”.

Abstemio, antisemita…

Además de producir caucho, era evidente que Ford, abstemio declarado, antisemita y escéptico de la era del jazz, quería que la vida en la selva fuera más transformadora. Sus gerentes estadounidenses prohibieron el consumo de alcohol mientras promovían la jardinería, bailar la cuadrilla y leer la poesía de Emerson y de Longfellow.

La búsqueda de la utopía de Ford iba aún más allá: los llamados “escuadrones sanitarios” que operaban por todo el lugar, mataban perros callejeros, desaguaban charcos en los que se podían multiplicar los mosquitos que transmitían la malaria, y revisaban si los empleados tenían enfermedades venéreas.

“Con la certeza de un propósito y de una falta de curiosidad acerca del mundo que parece demasiado familiar, Ford rechazó deliberadamente los consejos de los expertos, y se dispuso a convertir al Amazonas en el Medio Oeste de su imaginación”, escribió el historiador Grandin en su narración sobre el pueblo.

Estos días, las ruinas de Fordlandia son el testimonio de la locura que implica intentar que la selva se someta a la voluntad del hombre.

(NA y The New York Times)

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