Un laberinto de ríos, pantanos, islas y mercados flotantes: el Delta del Mekong
Nace en los Himalayas y recorre China, Laos, Tailandia, Camboya, entra a Vietnam, y se separa en 9 brazos formando un delta. Es el Mekong, ese río cuyas aguas viajan unos 4800 km para descansar por fin en el Mar de la China Meridional.
También se lo conoce como el río de los 9 dragones, pues la leyenda cuenta que se formó debido al descenso de nueve dragones de las montañas hacia el mar. Su delta es un laberinto de canales, pantanos e islas, donde hay mercados flotantes, pagodas camboyanas y villas rodeadas de arrozales.
¡Y allí fuimos! Desde Ho Chi Ming viajamos varias horas en una combi entre arrozales de cándida ferocidad verdosa, con hombrecitos y mujeres inclinados sobre el suelo pantanoso, con los típicos sombreros como parte ineludible del paisaje. También los vimos fumigando de manera precaria y sin protección alguna.
Se la considera «el cuenco de arroz de Vietnam», allí se produce alrededor de la mitad del total de la producción de arroz de Vietnam, que es el segundo mayor exportador de arroz a nivel mundial, después de Tailandia (para dimensionar el lugar, basta indicar que el delta produce más arroz que Corea y Japón juntos).
En el camino visitamos la pagoda Vinh Trang, una joya arquitectónica, donde se mezclan estilos orientales como el chino, vietanmita, japonés y camboyano, y también europeos del período renacentista, estilo románico y flores decorativas francesas. Aún así, es de una belleza armoniosa que asombra.
Consta de cinco edificios, dos patios ornamentales y 178 pilares. Los jardines están llenos de bonsáis, árboles centenarios y flores, siempre en el más estricto orden y limpieza. Sobresale un Buda de la Abundancia (el más popular en Vietnam), de unos 20 metros de altura.
De allí al puerto, para continuar nuestro viaje por el medio más popular en la zona, barcazas. Es que es más fácil recorrer el lugar por agua que por tierra. Tanto es así, que una de las atracciones son los mercados flotantes, donde el comercio se desarrolla en barcazas que van confluyendo desde horas tempranas en la unión de los canales. Y tanto es así, que hay poblaciones a las que sólo se puede acceder por el río.
Transitamos por el agua entre una vegetación exuberante, caseríos de locales, viviendas flotantes y embarcaciones de los más diversos tamaños. La sinergia de la gente con la naturaleza del lugar asombra. La vida va por el agua, y en el vaivén de la barca nos asaltó la sensación de que la eternidad se halla más próxima del movimiento que de la inmovilidad, así como la vida es un eterno devenir.
Aquí se produce más del 70% de toda la fruta que se consume en Vietnam, pero sin duda, los cocoteros y los bananos sobresalen por su abundancia, así como la fruta del dragón por su exotismo. Visitamos una fábrica de caramelos de coco, hechos artesanalmente. Y por supuesto, compramos algunos paquetes para compartir cuando regresáramos de ese otro lado del mundo.
Llegamos a un centro turístico terrestre, recorrimos una granja de cocodrilos, y las edificaciones con reminiscencias chinas unidas por caminos que se elevan sobre tierras pantanosas, alfombradas de intensos verdes. Y de allí, a navegar en barcazas tradicionales por estrechos canales.
Son mujeres las que reman paradas en la punta de la embarcación, siempre con una sonrisa y gestos amables, y nos llevaron por canales, entre una luz que se filtraba por la densa vegetación y creaba la sensación de estar suspendidas, moviéndonos de forma etérea entre una luminosidad atenuada por la bruma y las plantas.
Fue un deleite para los sentidos, que se completó al finalizar el paseo y sentarnos a comer. El restaurant se organiza en varios quinchos rodeados de plantas y más plantas, y unidos por caminos de cemento. Por allí transitan los mozos en ¡moto! Sí, mientras uno maneja el pequeño vehículo, el otro, sentado hacia atrás lleva las bandejas con alimentos de salón a salón.
El tours incluyó además, la visita a una fábrica artesanal de productos cosméticos a base de miel, y un recorrido por algún pequeño poblado inmerso en el verde omnipresente de las plantas. Allí fue que jugueteamos con una pitón, que más que hacer alarde del temor que infunde su imagen, parecía un gatito mimoso acariciándose sobre el cuerpo de los visitantes.
El día fue, sin duda, una explosión de colores intensos, sabores y sensaciones. Como turistas, lo vivimos lejos de los problemas ambientales que enfrenta la zona, como la intrusión salina y la sequía debido al impacto que genera la construcción de presas hidroeléctricas, sobre todo del lado de China, o las posibilidades de inundaciones severas por el aumento del nivel del agua en los mares, producto del calentamiento global. Tiempo después, esos datos vinieron a romper en parte la magia de un lugar que parecía perfecto.
(*) Claudia Giacobbe es periodista.
https://www.instagram.com/reel/C7FVe3aO43y/?igsh=MW8zcnh0MGxyMnlvNw==