“Un Estado y una sociedad que no cuida, es cómplice del estallido”.
—Yo la vi, la saludé esa mañana. Siempre sonriente. Nadie podría haber imaginado lo que iba a hacer —dice una vecina de Villa Crespo, sin lágrimas, como quien no puede aún procesar el espanto.
Una mujer mató a su marido y sus dos hijos. Luego se suicidó y dejó una carta que analizan los peritos.
Tenía antecedentes psiquiátricos. El hecho conmocionó a todo el país. Y nos dejó, otra vez, la sensación de que algo se rompe mucho antes de la tragedia.
Los medios titularon: “Masacre en Villa Crespo”, “crimen inexplicable”, y comenzaron las hipótesis sobre la salud mental de la autora.
Algunos hablaron de brotes psicóticos, otros de deudas. Pero pocos se preguntaron qué pasó antes, mucho antes.
¿Qué redes fallaron? ¿Qué signos se ignoraron? ¿Qué Estado estuvo ausente? ¿Y qué sociedad sigue asociando enfermedad mental con peligrosidad, sin asumir su propia responsabilidad colectiva?
Desde la Psicología Social, lo dijo Enrique Pichón Rivière:
“Lo que se calla en lo social, se grita en lo individual”.
No se trata de justificar, ni de patologizar. Se trata de entender.
Entender que las mujeres, hombres, adolescentes y niños, todos alguna vez sufrimos padecimientos mentales, muchas veces ocultos, silenciados, por el aislamiento, la vergüenza, la falta de atención. La imposibilidad de turnos inmediatos en la salud pública, de no poder concurrir a consultorios privados por el valor de las consultas, o no poder acceder a medicamentos caros.
Entender que la violencia no es sólo una explosión, sino una acumulación de dolores sin nombrar, de soledades, de ser ignorados, invisibilidados, inclusive en los grupos de pertenencia, (familia, amigos, escuela, clubes).
En Argentina, la Ley Nacional de Salud Mental (26.657) propuso hace más de una década, un cambio de paradigma: de la internación manicomial al abordaje comunitario. Pero sin equipos territoriales, sin presupuesto, sin voluntad política, esa ley queda en letra muerta.
Y cuando el sistema no cuida, todo lo demás llega tarde: la policía, la ambulancia, los informes forenses.
Las personas en situación de sufrimiento psíquico muchas veces no encuentran palabras.
Saben que, si hablan, serán juzgadas como inestables, complicadas, raras. Entonces callan. O gritan de otras formas.
Esta vez, el grito fue brutal. Irreparable.
Pero no hablemos sólo de la autora.
Hablemos de las ausencias:
— del Estado, que no llega a tiempo ni con las herramientas adecuadas;
— de una sociedad que estigmatiza el padecimiento en vez de acompañarlo;
— de políticas públicas que no protegen ni a quienes están en crisis, ni a quienes los rodean.
Nos debemos algo. Nos debemos una salud mental integral, con enfoque de género y derechos humanos.
Nos debemos prevención, cuidado, comunidad. Nos debemos dejar de llegar siempre tarde.
Porque cuando la salud mental no es prioridad, las tragedias dejan de ser “inexplicables” y se vuelven, tristemente, inevitables.
(*) Profesora, Psicóloga Social
Miembro de APPSA, SADE,
Activista en Femimusas y Revoviejas
Virginiafigal103@gmail.com