Nadie desconoce en La Pampa que Juan José Sena fue uno de los máximos escritores que dio este terruño, multipremiado a nivel provincial, nacional e internacional, y con la mayoría de sus libros y escritos editados y publicados.
Fallecido en 2016 a los 71 años, en lo material, Juan José dejó muy poco más que la profusa obra literaria construida desde su primera juventud y hasta su muerte. Pero entre las cosas materiales, quedó su casa de la calle 10 nro. 339, la casa paterna.
Descuidada, descascarada, sin pintura visible o de color del viejo cemento con que fue revocada por afuera, y con el tizne de un incendio que le quemó libros, prendas y enseres domésticos, por dentro, esa era no obstante la casa del poeta, la casa del escritor, de una de las plumas representativas de esta provincia, tanto como las de Bustriazo, Orozco, Morisoli o Juan Ricardo Nervi.
Quién puede discutir que Sena está en el parnaso de los pampeanos literatos más ilustres?
Por eso llama la atención que la vivienda haya sido arrasada por las topadoras. Ni un arbolito quedó donde era el patio.
Al morir Juan José, en la casa había quedado la persona que lo acompañaba, pero los buenos amigos recordaron que nada sabían de testamento alguno, y esa persona se retiró de allí y la casa fue usurpada por varias personas.
Fuentes municipales consultadas por MaracóDigital.net repasaron este viernes, que los usurpadores contribuyeron más aún al abandono y al deplorable estado de la construcción, que incluso corrió riesgo de desmoronarse por la cercanía del descalzado pozo ciego.
Eso fue lo que contribuyó a que se pudiera desalojar y a que terminados los trámites de sucesión, los herederos pudieran vender. El comprador adquirió la casa de Sena, y también la propiedad vecina, donde hoy se está construyendo.
Está claro que es posible que se haya tratado de una transacción comercial genuina, pero llama la atención si así fue, que no se interesara el área cultural de la provincia para salir al rescate de lo que con seguridad tenía un escaso valor monetario, pero que se podía restaurar y convertir en un museo que resguardara y mostrara la obra de Sena y sus particularidades.
Igual que este cronista, la intendenta Fernanda Alonso se enteró del mismo modo de la situación: pasó por allí, por la calle 10 entre 7 y 9, y descubrió que ahora se levanta un enorme tinglado, donde antes las paredes de ladrillo y cemento guardaban la magia y el misterio del “Juanjo” escritor, del constructor de tantas maravillosas ficciones y pensamientos.
Y está claro también, que ya no puede hacerse nada. Que la picota ganó por nocaut.
“Ley de Médano” (*)
El reportero gráfico Jimmy Rodríguez realizó varias producciones fotográficas con Juan José Sena. Lo retrató en su casa, en la ciudad y en otros puntos de interés para el escritor y el fotógrafo. Siempre interesado en el costado humano de sus retratos, Jimmy logró con Juanjo una comunicación que fue mucho más allá de los clics de las cámaras.
Por eso, es tan atinado compartir el posteo que el fotógrafo realizó en sus redes sociales, cuando lo enteramos de la circunstancia. Lo tituló con el nombre del poema –“Ley de Médano”-, y lo transcribió. Aquí está:
Esta es la ley del médano.
La escribieron los dioses miserables sobre la piel del páramo.
Nadie pudo infringir jamás sus mandamientos, so pena de extinción en la locura o el tenebroso exilio del suicidio.
Jueces inexorables la impusieron ineluctablemente.
Jamás dieron lugar a apelaciones por causas atenuantes.
Fue la única ley que se cumpliera siendo juez y verdugo, todo a un tiempo.
Bajo ella se nació, se vivió bajo ella. Por ella su cumplió toda muerte en la tierra.
E impera en el trasmundo todavía con hambruna insaciable.
Esta es la ley del médano.
Aquí los hombres pasan con su cruz en la espalda musitando temerosas plegarias.
Aquí se cumple el ruego de impotencia, como consolación, sin esperanza.
Médano a la deriva. Cubre todo. Su ley es la traición, es el olvido cumpliéndose a mansalva.
Cada grano de arena de su vientre es una ciega y terca molécula de Dios empecinándose por borrar toda huella.
No hay altas alambradas de soberbia para impedir su paso ni muralla ninguna que pueda erguir el hombre para evitar su bárbaro avance sentenciero, ni guardias tras almenas de castillos insomnes para advertir al mundo sobre su bronco paso.
Esa marcha en silencio de molusco de polvo empecinado, ese ultraje voraz, siempre insaciable.
Las rumbosas ciudades, inconscientes de sí, tan condenadas como el más miserable de los pueblos hallarán su sepulcro innominado bajo pesadas, densas, capas de anonimato en dunas frías.
Un dios cuya impiedad raya en crueldad altísima ha escogido este modo de imponer sobre el páramo su castigo vesánico y hasta acaso una inicua manera vengativa de paliar sus envidias.
Esta es la ley del médano en el páramo de la tierra baldía.
Aquí todo se olvida al poco tiempo, todo se difumina prestamente bajo un borrón siniestro.
Ni el más férvido amor puede contra esta ley, esta obsesión astral, este designio cruel de consumirlo todo, esta aciaga manera de advertir finitud y vacío, el feroz instrumento de las transmutaciones con guadaña voraz tronchando médulas.
Esta es la ley del médano.
Ni la lucha más larga. Ni el más heroico modo de subvertir lo injusto, ni siquiera la santidad más límpida pudieran suprimir esta ley de la desesperanza porque fue irrevocable –y acaso necesaria como ninguna otra sobre la faz del mundo.
Ciega en su cumplimiento ineluctable, no habrá manera alguna de evadirla jamás ni de borrarla con turbión de los cielos o brasa del infierno.
Ángeles grises cumplen desde su cautiverio enamorado la función de soplar contra la vida la tediosa constancia de la muerte y su inconsciencia máxima.
La Cruz del Sur vigila.
“Pasen así las glorias de este mundo...”
Asumamos las lentas erosiones con que Dios nos despoja mansamente de la ilusión de ser a espaldas de la Nada.
A pagar un antiguo pecado de soberbia se vino a estas planicies de la pena.
Consintamos en ser humildes perdedores de una carrera en círculo, de una ilusa carrera miserable de caballo de noria.
Tenemos solo un sueño en las pupilas condenado a morir, igual que todo, bajo un médano insomne cuando el párpado en llamas del dios viejo y cansado se decida a dormir su sueño cósmico.
Será un sueño de arena interminable y ninguna visión.
Será el vacío.
Será la ley del médano.
Juan José Sena (*)