JUEVES 18 de Septiembre
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  MARTES 16/09/2025
Murió Hermeto Pascoal
Alquimista de la música universal, el brasileño tenía 89 años. Hizo música como vivió: con libertad y alegría.

Multiinstrumentista, compositor inclasificable, fue llamado "brujo" y "mago" por su manejo de los sonidos y de los ritmos, tanto brasileños como de las más diversas culturas.

Para quien se desmarcó como nadie de los rótulos, de los preconceptos y las sistematizaciones –y como pocos lo logró–, también la idea de muerte debería escapar a las clasificaciones comunes. Así como cada intento por catalogar a Hermeto Pascoal desemboca inevitablemente en su convicción de que música hay una sola y es la universal, cualquier fulería de la muerte sobre quien hizo de vida y obra una ecuación indivisible quedará como una anécdota.

Desagradable, pero anécdota al fin. Hermeto murió para empezar a existir de otra manera. “Con serenidad y amor, anunciamos que Hermeto Pascoal ha pasado al mundo espiritual”, escribió su familia en las redes sociales.

“En el preciso momento de su fallecimiento, el sábado, su grupo estaba en el escenario, tal como él lo hubiera deseado: creando sonido y música. Quien desee honrarlo debe dejar que una nota resuene en su instrumento, su voz o su tetera, y ofrecerla al universo. Así es como él lo hubiera deseado”.

“El brujo” o “el mago”, le decían en Brasil al gran alquimista sonoro. Y mucho de eso empezaba a reflejarse en la melena albina y la larga barba al tono, la mirada bisoja detrás de los gruesos lentes, y los colores ardientes de la camisa que estallaban contra tanta claridad.

Fue un multiinstrumentista, y no sólo por la cantidad de instrumentos que tocaba, sino porque llevando el término a su más alto significado, su espíritu de exploración le permitía tocar un instrumento con la técnica de otro, buscando nuevos sonidos.

El camino de Hermeto fue de la naturaleza hacia la naturaleza, no sin antes atravesar diversas culturas musicales, y reinterpretarlas según las necesidades de su credo estético. Cuando el prestigio de la música brasilera descansaba satisfecho en la imagen placentera de playas cálidas y la sensualidad bien temperada –con todo lo bueno que eso pudo traer– Hermeto fue de los que bajó del nordeste árido y labrador agitando la inagotable inquietud telúrica del forró y otros aditivos de tierra adentro, desde donde comenzó a trazar un universo sonoro propio, en el que lo que sonaba se parecía a algo, pero nunca se terminaba de saber bien a qué.

En ese rasgo posiblemente esté gran parte de su atractivo. Una música que al mismo tiempo satisface y atribula, muchas veces resulta estimulante y siempre es interesante.

En ese paisaje propio de latitudes nunca del todo definidas suena Brasil, aunque no es fácil precisar dónde; rasgos de jazz no faltan, pero apenas se los sitúa ya no están más; se escuchan procedimientos propios de la música clásica, pero es difícil decir cuáles; lo que por ahí parece una valseado camina después como un frevo, y si por ahí se escucha asomar cierto perfume nordestino, en realidad puede ser una modinha.

Nada está dado, todo puede suceder–y seguirá sucediendo– en la música de Hermeto. “Nunca formé un grupo de bossa nova ni de forró. Toqué en festivales de jazz en el extranjero, pero nunca tocaré sólo jazz. Toco frevo, baião, música clásica. Por eso lo llamo música universal. Es la única etiqueta que creo que puedo usar”, dijo en una entrevista al diario O Globo cuando cumplió 80 años.

Hijo de campesinos, Hermeto nació en junio de 1936 en Lagoa da Canoa, un rincón alejado de casi todo, en Arapiraca, en el noreste de Brasil. Su condición de albino le impedía las tareas rurales bajo el sol, por lo que ocupaba su tiempo explorando el acordeón de su padre, músico aficionado que animaba reuniones y fiestas eventuales de la pequeña comunidad.

A los once años había aprendido, también como autodidacta, flauta y pandero, y además construía sus propios instrumentos con los que instintivamente asociaba sonido y naturaleza.

Cuando tenía 14 años, su familia se mudó a Recife. Ahí Hermeto comenzó, junto con sus hermanos –también albinos– su periplo de musiquero profesional, tocando forró en las radios locales.

En 1958 se trasladó a Río de Janeiro, y tres años después a San Pablo. Conocido en el ambiente musical como pianista y acordeonista, colaboró con Edu Lobo, Elis Regina y Sivuca, el otro gran albino de la música nordestina. En 1964 tocaba jazz con el Sambrasa Trío –con Airto Moreira y el bajista Humberto Clayber–, hasta que en 1966, el mismo Moreira lo invita a unirse al Trío Novo.

Así nació el Quarteto Novo, el grupo que a partir de la fusión del jazz con ritmos brasileros inauguró una nueva era para la música instrumental en Brasil. Después de la experiencia de Brazilian Octopus, afirmado en una particular idea de jazz latino, Hermeto va a Estados Unidos. Airto Moreira, una vez más, lo presenta a Miles Davis, con quien tocó en Live evil, disco de 1971, que entre otras cosas incluyó dos temas del brasileño. “Hermeto es el músico más impresionante del mundo”, diría, siempre lacónico, Miles. Ese año en Estados Unidos salió Hermeto, el primer disco de Pascoal, más tarde reeditado como Brasilian Adventure.

A música livre de Hermeto Pascoal (1973), Missa dos escravos (1976) –donde entre otras se escucha guarridos de cerdo– y Zabumbê-bum-á, (1978), lo colocan entre lo más interesante de esas formas de vanguardia, que por entonces encontraban lugar en el jazz. Participaciones en el Festival Internacional de Sao Paulo y en el Festival de Montreux –de ahí salió Ao vivo Montreux Jazz Festival– y poco después en el Festival de Tokio, fueron preludio de discos formidables como Cérebro magnético (1980) y Hermeto Pascoal & Grupo (1982). Con Lagoa da Canoa, Município de Arapiraca (1984) –disco que en Argentina editó Melopea– prolongó la saga experimental con lo que llamó "el sonido del aura", explicitado en la capacidad de extraer la melodía de un relato futbolístico, por ejemplo.

Desarrollará esa idea en Brasil universo (1986) y Só não toca quem não quer (1987). Con Por diferentes caminos (1988), saca al solopiano de su zona de confort. Entre el 23 de junio de 1996 y 23 de junio de 1997, Hermeto escribió Calendario do som, una serie de 366 composiciones musicales, una para cada día del año, en los más diversos géneros, para que todos puedan tener una música para su cumpleaños.

Leyenda viviente, Hermeto no renunció a la búsqueda. Sin moverse de su idea incorporó todo a su música. Siguió grabando, tocando en vivo. Hizo sonar cuanta cosa le pasó cerca. Así convirtió cada disco, cada concierto, cada sonido, en un mundo en el que todo podía suceder.

Su último disco fue Pra você, Ilza (2024), con canciones dedicadas a Ilza Souza Silva, madre de sus seis hijos y su compañera desde 1954 hasta 2000, año en que murió de cáncer. Muchos discos más –ninguno casual– y una biografía –¡Quebra tudo! – El arte libre de Hermeto Pascoal, escrita por el periodista Vitor Nuzzi– son parte del legado de un artista genial y original, que hizo música como vivió: con libertad y alegría.

(P12)

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