En una de esas estancias en casa, donde había adoptado como propia una de las habitaciones cuya ventana da a un verde inmenso y después del primer “Living 51”, un concierto con Martín Neri, su hija Pamela Díaz y Martín Mansilla, la Negra mantuvo una hermosa y extensa charla con Alicia Datri.
Hija de hachero, en ella, la Negra contó la historia de su niñez, de sus padres, de los comienzos en La Maruja hasta la llegada a Santa Rosa. Un relato en primera persona que la pinta de cuerpo entero y en el que describe los orígenes que contribuyeron al perfil de su fuerte personalidad.
“Cómo para no ser peronistas!”, exclamará durante su relato, al tiempo que revela que en la familia su apodo era “Marrueca”… ya se verá por qué.
Este es nuestro pequeñísimo homenaje a la historia de esta mujer pampeana, dueña de un buen humor inalterable, llamada a trascender con su arte.
1 de mayo de 2025
“… papá arrancaba para la melga, a donde iba la altura de la hachada. Va quedando lejos, a medida que va avanzando se va quedando lejos. Y mamá contaba que ella se quedaba solita en el toldo. Estoy hablando de dos criaturas, eh? Ella escuchaba el golpe del hacha. Viste que el sonido llega después del golpe. Y por ahí, silencio. Y si el viento estaba de ese lado, ella escuchaba. Él, para descansar se sentaba en un tronco de los que él había tirado y tocaba la armónica”.
“Y ella escuchaba”.
“Es una cosa increíble, es una foto. Para mí es una fotografía. Es muy bello. Es un poema eso”.
“Yo lo escuchaba a mi viejo decir, cuando estaban más cerca del pueblo, que era La Maruja, que hachaban todo el día, venían los camiones, cargaban la leña, ‘y me tiraba al tanque, me pegaba una bañada, me ponía las alpargatitas más viejas y buscaba las nuevas en una bolsita, con la vieja’”.
“Él siempre le dijo la vieja a mamá. Y salían, hacían unos 15-20 kms que ellos les decían 3 o 4 leguas. Iban al baile del pueblo. Bailaban en los galpones del ferrocarril”.
“‘Y al entrar al pueblo dejábamos las alpargatitas viejas, nos poníamos las nuevas y llegábamos con las alpargatitas nuevas al baile. Bailábamos hasta que terminaba el baile y volvíamos jugando con la vieja. Fue la etapa más feliz de mi vida’, nos decía mi papá”.
“Mi viejo se enfermó de tuberculosis y mi vieja después le tuvo que ayudar a tirar la sierra. Ella le ayudaba a tirar la sierra, cortaban los troncos con la sierra. El polvillo, el aserrín de la madera… terminaron todos enfermos los hacheros. Y se vinieron a La Maruja porque él se moría”.
“Y ahí empieza la historia política, empieza la etapa política. Se vienen al pueblo y van a vivir en una casita de adobe. Ya ahí vivía mi hermana, la Negra. Y mi viejo sin laburo. Por eso salimos tan encaradoras con mi hermana. Ese carácter de empujar el vagón, viste?”
“Se fue al hospital y preguntó si necesitaban jardinero, cocinero. El hospital era una salita de primeros auxilios. Y había un médico recién llegado, lituano ‘Negraosca’. Yo lo digo groseramente, no sé cómo se diría. Me acuerdo de ese hombre, podés creer? Si, era mucho más adelante, porque ya vivíamos nosotros como familia”.
“Resulta que mi viejo va a pedir trabajo, había un encargado, y le dice: ‘si, quedate Alvarado, alguna cosa te vamos a dar para hacer’. Y esa cosa para hacer fue que a la semana mi papá estaba poniendo inyecciones. Eso somos los Alvarado. Nunca fue un hachero rudo. Mi papá era un buenmozote, era un hombre buen mozo, de buena presencia, mujeriego asqueroso después –eso más tarde-”.
“Así que pasó de jardinero a enfermero. Y se hizo enfermero, que fue su oficio de toda la vida. Pero se moría, pobrecito, de tuberculosis. Entonces yo me acuerdo que viene un día a casa el médico y le dice a mamá –era duro para hablar-: “Albert morir” le dice”.
“Papá tenía una hermana que vivía en Luiggi, y esa hermana dice ‘lo vamos a ir a buscar y vemos qué se puede hacer’. Vomitaba sangre. En la lona estaba”.
“Lo llevaron a Luiggi. Mi viejo no se quería ir de casa porque él se daba cuenta que se iba a morir”.
“Yo por eso soy tan sinvergüenza, porque siempre fui la mimada de mi papá y yo tenía 4 años y medio en ese momento, era la más chica de los 3. Y dice ‘bueno, voy pero si me llevan con la Marrueca’. Por eso soy Marrueca de apodo en mi casa. Marrueca es como un pato rengo, la que vivía haciendo cagadas”.
“Entonces me subieron a un auto gris, a un Ford de esos redondos. Pero me acuerdo como si lo hubiera visto ayer. Subimos y llegamos a Ingeniero Luiggi, que parecía que quedaba a dos mil kilómetros. Mi tía, la hermana de mi papá, vomitó todo el camino. Porque el olor de la nafta del coche la descomponía”.
“Y allí nos encontramos con un ángel: el doctor Fontana lo recibió en el hospital de Luiggi, que ya era más un hospital. Y dice ‘hay que conseguir la medicación’. Qué es lo que necesita? ‘Y, necesita antibióticos’. Entonces mi mamá, con una vecina, manuscrito le escriben a la Fundación Eva Perón solicitando esta medicación. A la semana siguiente llega a La Maruja una caja con toda la medicación, que era Penicilina. La Penicilina que recién entraba al país. Penicilina y unos frascos así, marrones, de unas pastillas que se llaman Rubratón. Rodrigo (mi hijo) buscó en Internet y todavía existe ese nombre”.
“Eso lo salvó a mi viejo. Lo pichicatearon con Penicilina y se salvó. Eso fue la Fundación. Además gratis. Ese fue el primer contacto con el peronismo. Nosotros decimos ‘cómo para no ser peronistas’”.
“Después cuando Perón, la llegada del tren a La Maruja, también para mí es una estampa. Llegaba el tren con todos los trabajadores con las banderas argentinas, que habían recuperado los ferrocarriles. Yo no me olvido de eso. Unas imágenes increíbles. Es para hacer una película”.
“Toda esa cosa he vivido. Entonces estoy re contenta de tener 80 años. Y si ya me muero ahora, no importa viste? Es hermoso, hermoso. Un recorrido… Entonces, toda esa cosa vivida y sufrida no me permitieron a mí nunca ser banal, viste? Cantar para lucirte, o cantar… no, no me importa eso. Por eso nunca me preocupé si grababa o no grababa, si quedaba registro de la Negra Alvarado. Que quede el registro de lo que ella hacía, porque es lo que tiene valor y es lo que uno rescata de la gente que va quedando, viste”.
“Es eso, no el individuo. No es lo importante. Pero hay mucha gente que no lo entiende. Bueno, hay de todo”.
“Pero la historia de mi viejo es una cosa increíble. Y después mi viejo se salvó y viajaba a Buenos Aires para que le hicieran neumotórax. Le metían unas cosas en las costillas para insuflarle aire a los pulmones. Había que revertir la situación del pulmón. Y nos vinimos a vivir a Santa Rosa, porque esta hermana de Luiggi se había venido. Nos dejaron una casita que ellos tenían y nos vinimos a vivir a Santa Rosa para que él pudiera hacerse ese tratamiento”.
“Esa casa está a la vuelta de donde vivo. Una casita muy humilde y vivimos los primeros años hasta que apareció Perón nuevamente. Se empezó a hacer la Escuela Hogar, llamaron a la gente que le interesaba conseguir empleo. Otra vez mi mamá mandando cartitas. Fue de las primeras mucamas de la Escuela Hogar cuando se inauguró”.
(Alberto Callaqueo)