SÁBADO 20 de Diciembre
SÁBADO 20 de Diciembre // GENERAL PICO, LA PAMPA
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  VIERNES 19/12/2025
La Espalda de Marlon Brando presenta  “Historias de cine” para  Maracodigital
Por Oskar Aizpeolea
Hoy: “Voces distantes, todavía cercanas”

Esta historia puede ser leída mientras se escucha una melodía de Nino Rota compuesta para “Las noches de Cabiria” con Giulietta Masina y dirigida por Federico Fellini.

Ó, más precisamente, Paese mio de “Rocco y sus hermanos” realizada por Luchino Visconti…

Si piensan en CinemaScope y Technicolor advierto que esta historia podría ser una película en luminoso blanco y negro. 

Sucedió así: una mañana recibí, desde General Pico, el llamado del albacea de mi tío abuelo Luca Parondi.

El motivo: me había nombrado su heredero universal  razón por la que debía viajar a la provincia de La Pampa para realizar todos los trámites pertinentes.   

Por mi parte, vivía en Buenos Aires como casi toda mi vida desde los 17 años, edad en que partí desde La Pampa para ir a estudiar y donde me gradué en Filosofía y Letras, en la Universidad de Buenos Aires.

Y fue en esa ciudad donde recibí el llamado del albacea de Luca, un joven abogado de la ciudad de General Pico llamado Markuus Verhoeven.

De inmediato le pregunté si tenía parentesco con el director de cine Paul Verhoeven pero no lo conocía aunque al mencionarle algunas de las películas que este director  ha hecho, respondió: 

---Me gustaría tener algún parentesco con él.

¡Le gusta el cine!-, pensé con cierta tranquilidad y sentí una gran confianza porque para mi familia la pasión por el cine es parte importante de nuestra existencia.

De mi vida en Buenos Aires  hasta el momento del llamado rescaté una mochila con algo  de ropa, un viejo jeep con techo de lona y una maceta con una planta de cactus a la que llamé Juana debajo de la cual y en una bolsa de plástico, había escondido  los dólares que tenía ahorrados. 

Sí, desde la conocida como “Crisis del 2001” y su endiablado “corralito” soy uno de los tantos argentinos que no confía en los bancos.

Regresar a mi provincia natal después de tantos años me producía una sensación extraña en el alma y un sabor agridulce en el corazón. Y es que llevaba más tiempo como porteño que como pampeano.

Salí de la ciudad a media mañana, con un termo lleno de té Darjeeling, montañas que vieron nacer a mi admirada actriz Vivien Leigh.

¡Otra vez con el cine y las actrices y los actores!-, pensarán ustedes,  lectores.  Pues bien: vayan acostumbrándose porque esto recién comienza.

Salí entonces con Juana en el asiento de acompañante junto a unos sándwiches y el termo con té.

Estaba sin pareja, como consecuencia de varias relaciones amorosas para nada satisfactorias.

Juana

Es curiosa mi historia con el corralito: un lunes por la mañana, de pronto y sin ningún tipo de información previa, decidí retirar todos mis ahorros del Banco.

Así de simple, sólo guiado por mi voz interior, esa que casi nunca escuchamos.

Esa mañana estaba triste por una ruptura sentimental y pensé retirar el dinero para hacer algo que no tenía muy definido.

Y ese lunes, solo y sin comentarlo con nadie, retiré los dólares y los metí en una bolsa de plástico bien grueso. Al llegar a mi departamento busqué una maceta con una planta seca en el balcón, la retiré y, munido de una cuchara sopera, enterré los dólares.

Eso fue un lunes. El viernes, ya los depósitos de todos los argentinos, por obra y gracia de un  demoníaco ministro, quedaron cautivos en sus distintas instituciones bancarias. El mundo entero lo vio por televisión. El maldito “corralito” fue primicia en los noticieros de actualidades.

Unos días después, al regresar a mi departamento me paré en “La florería” de la calle José A. Cabrera 5075, en Palermo. Siempre hay allí hermosos arreglos y bellas flores. De pronto descubrí una planta pequeña, de forma singular. Un cactus que parecía decir ¡llevame!

Tardé en convencer a la dueña de la florería que se llama Gabriela pues la planta no estaba a la venta. Pero la convencí y me la vendió con la promesa que yo le consiguiese un CD de Rufus Wainwright que es nuestro cantante favorito…

Al llegar a casa  planté el exótico cactus sobre los dólares y así fue como Juana comenzó a ser parte de mi vida.

Estuve varios días sentado, mirando a Juana hasta que decidí salir. Tenía que ir al campo, pero La Pampa me resultaba lejana a pesar de haber nacido allí y vivido en esa provincia hasta recibirme de bachiller.

Una mañana tomé el Jeep que usaba para ir a lugares cercanos o a dar alguna vuelta por el obelisco o para salir en busca de algún amor aventurero.

Tomé la ruta con la mente en Luján y su calle colonial que culmina en la bella basílica.

Salí solo y con Juana en su primer viaje en el asiento de acompañante. Una locura total teniendo en cuenta que me la podían robar pero la planta ya era algo más que mis ahorros y no la podía dejar sola en el departamento de la calle Honduras.

Para ser sincero, Buenos Aires me tenía un tanto alterado con su alto nivel de ruido y suciedad. Esperaba que la llanura me hablase ¡y vaya si me habló!

En las afueras de Luján, la inmensidad me impactó. 

¿Cuánto hacía que no disfrutaba de ese horizonte que parece no tener fin y  ese cielo con sus estrellas al alcance de la mano?

Detuve el Jeep y caminé por la banquina hacia el campo. Me acerqué a un alambrado y vi a las vacas pastando.

¡Grité, grité y grité y volví a gritar!

Ningún eco devolvió mis gritos y comprendí que estaba tan solo como esas vacas. 

Ahora pido que hagan el esfuerzo de volver al relato principal: recibí la llamada del albacea de mi tío abuelo Luca y ya estoy pasando por la ciudad de Luján en la ruta hacia La Pampa ¡Chau Luján!

Al alejarme de la ciudad y su bella basílica pensé si no era conveniente dejar a la dolarizada Juana en el piso del Jeep, como precaución. 

¿O la escondo en una caja? me pregunté a la altura de San Andrés de Giles. Ahí pensé en la famosa película nacional “El cañonero de Giles” realizada en la época de oro con la actuación de Luis Sandrini. Película que por razones de edad, nunca ví.

No sólo en Juana y las películas pensaba mientras seguía la ruta hacia “General Pico, mon amour” parafraseando a la bella y dramática película de Alain Resnais “Hiroshima, mon amour”.

En realidad, reflexionaba sobre el miedo que tenía a enfrentarme con los recuerdos que me iba a generar  la ciudad en que había pasado mi adolescencia cursando el bachillerato. 

Amé y aún amo a esa ciudad y por eso mismo temía volver tantos años después. Pero tenía que ir pues allí tiene el estudio el Dr. Verhoeven quien me esperaba para entregarme las llaves de la chacra “ Las Violetas” que tío Luca había dejado a mi nombre.

En el acceso a Intendente Alvear  hice una pausa para tomar un poco de té bajo la bella arboleda de esas que ya casi no existen en mi tierra entre otras cosas por el accionar del exgobernador José Quidam,  cuyas corruptas andanzas prefiero no recordar para no  enturbiar este relato.

Durante el viaje no pude comer nada pues un nudo en mi estómago me cerraba el apetito así que paré en cuanto vi a un niño que cuidaba a unas ovejas que pastaban al costado de la ruta. Tomé la bolsa con sándwiches y se los entregué al sorprendido pastorcito que me agradeció con una sonrisa.

Y por fin aparecieron las  quintas y las primeras casas de Pico que es así como se lo llama de modo cotidiano lo que es una suerte, habida cuenta de que los generales no tienen un buen historial en nuestro país.

Eran las primeras horas de una mañana con el sol que se anunciaba en el horizonte rojizo como en una película en technicolor pero yo sabía que no era una película sino mi propia experiencia. 

Mi corazón se aceleró de tal modo al entrar a la ciudad norteña, que tuve que parar y estacionar en la primer bocacalle.

Tomé el resto de té y reanudé la marcha. A medida que avanzaba, mis ojos se esforzaban por encontrar las imágenes, de la  ciudad y gente de mi adolescencia en hechos que, para mí, habían sucedido ayer.

Y de todos los amaneceres y atardeceres, a la vuelta del Café Roma, vi pasar a un joven de cabellos rubios con una carpeta de colegial y un andar pausado. No pude evitar mirarlo y él me saludó con la típica cordialidad pueblerina y entonces, por un instante, pensé que era Ron, aquel bello efebo que cursaba conmigo  el bachillerato...

Vi con los ojos de mi corazón hasta que un fuerte toque de bocina me hizo entender que él no era Él ni su posible hijo adolescente ni siquiera el fantasma de amor de ese deseo nunca concretado.

No era fácil en aquellos tiempos ni es fácil ahora concretar el amor con la persona amada.

Ron –Ronnie para unos pocos íntimos- era hijo de una alemana y un inglés. Todos lo veían parecido al actor James Dean incluso por su temperamento y actitudes rebeldes. 

Observando ahora la única foto que tengo, podría decirse que su aspecto es el de un bellísimo efebo que luce como el hijo perfecto de Leonardo DiCaprio embarazado por Brad Pitt…

…Y hace unos años, cuando supe que Ron había muerto llamé a su esposa haciendo esfuerzos por no llorar. Ella respondió a mi llamado diciendo que hablaba conmigo “porque Ron te llevaba en su corazón”.

Eso dijo en un breve diálogo telefónico en el que ella puso lo mejor para restaurar a mi corazón herido.

¡Ella, que acababa de perder al padre de sus hijos!. Por eso agradezco a Laura su  cálida comprensión.

Mi amor por Ron fue platónico y a pesar de eso, bastante combatido por las profesoras del Colegio Nacional República de El Salvador. Y lo hacían en nombre de estúpidos prejuicios porque yo era “el estudioso” y Ron “el rebelde” sin saber, pobrecitas ellas, que en nuestras charlas secretas uno y otro éramos mucho más parecidos de lo que las apariencias dejaban ver.

El día que supe que Ron había muerto me encerré en el baño y abrí la ducha para llorar a solas.

Golpeé los azulejos con mis puños, grité y lloré y solté mi congoja hasta que el barral que sostenía la cortina de la ducha cayó al suelo rozando mi hombro derecho, casí, casi como en una palmada.

Entendí la señal pues escuché o creí escuchar su voz ronca que me decía:

---Dale Agus! ¡ basta de llorar, che!.

Y luego, como en susurro, otra frase que nunca olvidaré:

---Siempre serás mi único amor de hombre.

Eso fue lo que me dijo cuándo aprobó matemáticas con mis clases de apoyo, eso fue lo que me susurró al oído esa mañana que entró corriendo al grito de:

---¡ Aprobé, aprobé!. ¡ Dale Agus, vamos a festejar!

Así habló mientras me abrazaba al tiempo que nuestros labios se unían en el más hermoso beso de amor que nunca el amor tuvo.

Recuerdo que después se apartó con cierta torpeza para decirme:

---Lo siento Agus, pero me gustan las mujeres aunque… siempre te voy a querer, porque te llevo y llevaré acá!--dijo y cruzó sus manos sobre el corazón.

Me volvió a abrazar para decirme:

--Agus, espero que no sufras. Ojalá seas feliz y…¡ ya sabés, si alguno te molesta, llamame y lo cago a trompadas!

Así era Ron y así siempre será, inventado por el recuerdo del agridulce amor de la adolescencia. 

Ahora comprendo por qué nunca permití que me llamen Agus y es porque sólo Ron tenía el derecho a hacerlo. Para todos, soy Agustín Artola.

En estas calles de Pico del 2025, Ron ya no me lleva al café Roma, a la hora de la siesta, donde tomábamos café con coñac que él echaba de una petaca que escondía en el bolsillo interior del blazer azul marino, uniforme del Colegio Nacional. 

Con el café, comíamos unas sabrosas “alpargatas” que así era como llamaban a los sándwiches tostados.
 
Y, solitarios testigos de esa hora posterior al almuerzo, mirábamos pasar a los pocos piquenses que no dormían la siesta. 

Soñábamos como solo lo hacen los adolescentes; como muy pocos lo hacen ahora, esta mañana de un cálido otoño en que mi mirada iba retirando, cual pentimento, las capas de óleo de la imagen actual hasta llegar a los primeros trazos del boceto original  de aquella época de estudiante.

Con esas imágenes en mi alma y con el Jeep estacionado en la esquina del  edificio de nuestro Colegio Nacional apoyé la cabeza sobre el volante y comencé a llorar.

Lloré.

LLoré por el futuro, lloré por el pasado y lloré por el presente.

Lloré por los amores perdidos y por los amores encontrados.

Lloré por Ron y lloré por el amor de todos los que esperan encontrar el amor.

Lloré.

En llanura infinita, en diciembre de 2025.

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