LUNES 15 de Septiembre
LUNES 15 de Septiembre // GENERAL PICO, LA PAMPA
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  VIERNES 12/09/2025
La espalda de Marlon Brando para Maracodigital presenta: “Historias que el viento trae”
Por: Oskar Aizpeolea
Hoy: “El color de los recuerdos”

No es fácil contar esta historia de un niño y su perro, de Lara y sus plantas de violetas.

Han pasado muchos años y los sucesos, a la luz real, se han tamizado como esas fotografías esfumadas por el tiempo, donde más que un rostro, se intuye un recuerdo.

Mi amiga -y vecina- había sido compañera de escuela de mi madre. Se llamaba Lara como el inolvidable personaje de “Doctor Zhivago”, interpretada por Julie Christie.

Vivíamos en un pueblo rodeado de chacras con trigales al sol y estrellas, que en la noche iluminaban el horizonte y parecían al alcance de la mano.

Y las manos de Lara, siempre bordando sábanas y tejiendo mañanitas para el ajuar de muchachas más jóvenes que ella que se estaban por casar.

Lara contaba historias junto a sus hermanas que se habían ido a Buenos Aires en busca de un futuro. Ahora comprendo que habían huído de la tiranía de Rosario, quien como la madre de “Como agua para chocolate”, quería una hija para compañía de su vejez, y Lara había quedado atrapada en la sutil telaraña tejida por su madre.

Estaba siempre así, en la penumbra de la cocina tejiendo o bordando. Y su madre echando troncos a la cocina de hierro, haciendo que el fuego chisporroteara y arrojara chispas que volaban hacia el cielo raso de ladrillos cubiertos de hollín.

El olor del fuego, la penumbra y las paredes ahumadas ahora parecen tan reales como Laura y yo saliendo del cine después de haber visto “Pasaron las grullas “, llorando durante el regreso a casa, comentando el triste y poético final.

El bosque -así lo llamábamos-, estaba en el fondo del terreno en que se levantaba, antigua y solitaria, la casa de Lara y Rosario. Eran paraísos muy altos que daban sombra y esplendor. Allí hacíamos nuestros picnic, donde comíamos bizcochos hechos por Lara. Ella contaba historias o representaba  escenas de películas que yo no había visto.

Siempre el cine y la vida y las películas que nos hicieron reír y llorar.

A veces cantaba la canción de Blancanieves:

“… Un día encantador
 un príncipe vendrá
 y dichosa en sus brazos iré
a un castillo hechizado de amor…”

 --¡Hoy en la escuela saqué un felicitado! ¿Me llevas al cine el domingo? dan una película con Susana Campos- dije, y al levantarme moví la rama debajo de la cual estaba mi amiga. Hojas doradas por el otoño la cubrieron. Ella las apartó con delicadeza y prometió que sí, que iríamos ver “Rosaura a las 10”.

La  abracé y le dije: --Te quiero mucho, mucho, no te vayas nunca del pueblo-, supliqué.

No respondió, tomó mis manos y caminó hacia su bello y mágico jardín.

--Las violetas están floreciendo -afirmó, y agregó -¿Ves? Hay que apartar las hojas para descubrir sus flores, me gustan porque son sencillas y tienen un hermoso aroma.

Ese interminable invierno me regalaron un cachorro Collie marrón y blanco al que llamé Topo.

Topo creció y se hizo mi compañero: me seguía a todos los lugares a los que iba, solo o con Lara, quien me pedía la acompañara en sus compras a las que ella decía “los mandados”. O a entregar los ajuares a las jóvenes muchachas que se iban a casar.

Desde la vereda de mi casa, Topo aguardaba que pasara la camioneta amarilla del hombre recién llegado al pueblo. Detrás iba su perro lanudo que ladraba y ladraba. Topo los seguía, ladrando y desafiando al otro que, por estar sobre el vehículo, protegido por él, para mí era un perro cobarde.

--No es cobarde, ladra para jugar-, explicó Lara una tarde que juntábamos piñas para que el fuego oliera a pino.

Hacía frío, y después nos refugiamos en el cuarto de paredes amarillas agrisado por el humo de la cocina a leña. Junto al fuego, Rosario remendaba unas medias y hablaba sobre su próximo viaje a Buenos Aires a conocer su primer nieto.

--Nieto mío, no - aclaró Lara sonriendo-. Será mi sobrino pero te quiero a vos, él estará muy lejos-, agregó, y levantó la canasta con lo que había quedado del picnic en el bosque, nuestro amado bosque.

Tomé su mano prometiendo que nunca, nunca la iba a abandonar, mientras Topo daba brincos alrededor nuestro. Lara detuvo su andar y se sentó sobre la gramilla, tomó una hoja seca y habló del color y las nervaduras, de la savia vital que se extingue al marchitarse.

-¿Te gustaría volar? A mí sí-, afirmó, mientras lanzaba la hoja al viento que la depositó sobre el hocico de Topo. Y entonces me recordó que al día siguiente teníamos que ir al negocio de don Giovannin.

Era un negocio que me encantaba, cual bazar de las mil y una noches. Estaba lejos, casi al final del pueblo en una calle rodeada por tamarindos y eucaliptus.

Don Giovannin arreglaba zapatos, vendía golosinas, galleta de campo junto a cintas, lanas, telas y lámparas a querosén, todo en un orden desordenado. ¿Cómo olvidar esos enormes frascos de vidrio llenos de pastillas de menta?

Lara siempre tenía rotos los tacones de sus zapatos, cual princesa de los cuentos. Todas las semanas íbamos para hacerlos arreglar. Tal vez era la excusa para revolver telas de brillante seda, y que yo pudiese jugar con el muestrario de anilinas de hermosos colores. Ese negocio era el único que nos permitía ingresar con Topo, que devoraba las galletitas que le daba el cariñoso dueño.

Aquella tarde en que todo comenzó a cambiar -lo recuerdo muy bien-, había visto la camioneta amarilla del forastero estacionada frente al local. Él estaba sentado en una silla junto al mostrador. Lara pareció querer retirarse, pero finalmente ingresó. Entramos los tres, y Topo gruñó al desconocido. El hombre me regaló caramelos que después, cuando salimos, tiré en la calle y tapé con tierra.

Don Giovannin, sonriendo, comentó que los zapatos no estaban listos, que debíamos volver al día siguiente. Después, me llamó y pidió lo ayudase a poner querosene a la lámpara que colgaba del cielorraso. No tenía corriente eléctrica porque le gustaba ver las sombras que proyectaban sobre las paredes el bailoteo de las llamas.

Fuimos a la trastienda y lo ayudé, mientras Topo casi rompe los frascos llenos de aceitunas que el cosechaba y curaba en salmuera.

Estábamos entretenidos contando los frascos, cuando Lara asomó diciendo que se hacía tarde, que pronto sería noche cerrada. Salimos apresurados y durante el regreso no habló, sólo yo hablaba sobre los tesoros de don Giovannin.

Rosario había viajado a Buenos Aires y Lara tenía mucho que hacer.

Una tarde, frente al cerco de ligustros de la casa de mi amiga, divisé la camioneta amarilla del forastero, pero afortunadamente no estaba el perro lanudo y cobarde.

Pude ver a Lara sentada junto al hombre, quien al verme hizo un saludo levantando el brazo, pero no le respondí. Topo gruñó, y entramos a nuestra casa.

Soplaba el fuerte viento de La Pampa aquella tarde que volvimos de buscar los zapatos. Al doblar la esquina, bajo los eucaliptus estaba estacionada la camioneta amarilla. Igual que días antes, el forastero estaba conversando con Don Giovannin. Apenas entramos al negocio se acercó y acarició a Topo, que gruñó amenazante. Después sacó de su bolsillo algunos caramelos que rechacé, diciéndole que no me gustaban. Él y Lara se miraron mientras don Giovannin me tomaba de la mano y me llevaba a la trastienda, a probar las aceitunas. Me regaló un frasco, y salí en busca de Lara que estaba de pie junto a un maniquí cubierto por una mantilla de encaje blanco, de esas que llevan las novias al altar. Junto a ella, el hombre forastero sonreía.

Sonriendo conté nuestro paseo a mis padres, quienes dijeron que estaba bien, que ya era hora, y agregaron con preocupación que había que ver qué pasaría al regreso de Rosario, y desearon suerte, mucha suerte.

Topo me esperaba todos los mediodías al salir de la escuela. Ese día que aún recuerdo con tristeza, nos detuvimos en el baldío a cortar ramas de hinojo para saborear su delicioso jugo. Fue entonces que pasó la camioneta amarilla con el perro cobarde ladrando. Topo salió tras ellos y calculó mal las distancias, porque las ruedas lo atraparon. Grité y la camioneta se detuvo, el hombre bajó y su perro dejó de ladrar. El forastero se acercó y me acarició la cabeza diciendo que me quería mucho, y volvió a pedir perdón. Yo lo patée y le grité que se fuera, que era un asesino como su perro.

En el fondo del bosque, a la sombra de un paraíso enterramos a Topo envuelto en una manta azul tejida por Lara.

--¿Por qué azul?- pregunté.

-Porque es el color de los recuerdos--, respondió, al tiempo que me abrazaba.

Comencé a llorar, y ella también lloró. Quedamos largo rato así, sentados sobre la gramilla seca, viendo cómo detrás de los árboles el sol teñía de rojo el horizonte.

En el crepúsculo dorado apareció la camioneta amarilla, y se detuvo frente al cerco que señalaba el final de nuestro bosque. Sonó la bocina, y Lara se incorporó con calma. El hombre la esperaba del otro lado del cerco.

Conversaron un rato, y el dueño del perro cobarde le entregó un pequeño paquete. Después subió a su vehículo y se fue. Lara me mostró el regalo y dijo:--¿No es hermosa?- y agregó -Habíamos olvidado que hoy es mi cumpleaños.

Sus ojos violáceos me miraron con ternura.

--¿Te gusta? me la regaló José--, dijo, descubriendo una jardinera de porcelana.

No respondí, y ella agregó que la iba a llenar con violetas, que la acompañara a buscarlas, pidió mientras tomaba mi mano. --¡No!-- grité soltándome. --¡Esa porquería es horrible, me voy, no te quiero más!--, finalicé alejándome, mientras Lara quedaba sola en medio del bosque con la jardinera contra su pecho.

Esa imagen fue la que retuve hasta que llegó la primavera y terminaron las clases.

En todo ese tiempo no fui a verla. Lara me iba a buscar pero yo me escondía en el baldío de hinojos. Si descubría la camioneta amarilla frente a su casa, no salía de la mía.

Regresé una mañana de verano. Lara limpiaba los muebles del comedor y lloraba.

Rosario gritaba: --¡Ese es un caza fortunas, prefiero verte muerta antes que casada con él! ¡Muerta! ¿Entendes? --vociferaba--.

Sus gritos y sus palabras eran terribles, y Lara lloraba apoyada contra el aparador secando sus lágrimas con el trapo de limpiar los muebles.

Al descubrirme, Rosario salió intentando disimular. Corrí junto a Lara y la abracé. Lloraba muy angustiada y yo no sabía qué hacer. 

Rosario regresó :--¡Deja a ese chico en paz y terminá tu trabajo!-- dio la orden, y se fue a la reunión de catequistas.

Lara acomodó unos platos y cerró el aparador.

Después acarició la jardinera con aromáticas violetas que estaban en el centro de la mesa.

--Vos me tenés que ayudar--, dijo, y abrió un cajón del que sacó lápiz y papel. Escribió unas líneas, muy apresurada, dobló el papel hasta que cabía en la palma de mi mano, y me lo entregó diciendo:

--Vos sabes a quién hay que dárselo.

Yo sabía. También sabía  que no quería ir a esa casa, la del hombre que había matado a Topo, pero no me gustaba ver a Lara llorando. Dije que sí, que iría enseguida.

José era un mecánico de tractores y cosechadoras. Cuando llegué estaba desarmando un motor y tenía las manos engrasadas. Sonrío al verme y se acercó. A sus pies, el perro lanudo y cobarde movía la cola.

¡Maldito!—pensé mientras desplegaba el mensaje y lo sostenía para que José lo leyera sin ensuciarlo. Al finalizar, me miró muy serio y dijo:

--Andá bien rápido y decile que sí.

Corrí lo más fuerte que pude hasta llegar a casa de Lara. Rosario estaba detrás del cerco de ligustros y me cortó el paso.

--¿Adónde fuiste?-- bramó sujetándome-- ¡A mí no me podés mentir, Dios te castigará si lo haces!--, gritó con expresión tan terrible que me asustó, pero pude liberarme y corrí.

Encontré a Lara  en la cocina, bordando una sábana de increíble blancura. Tuve tiempo de decirle el sí de José, justo antes de que apareciera Rosario. Dio una bofetada a Lara y habló de cosas horribles que sucederían si dejaba la casa y la abandonaba a ella, su abnegada  madre. Gritó tanto que no quiero recordar.

Recuerdo que Rosario me envió a casa, y llegué tan alterado que mis padres se preocuparon. Luego de contarles lo sucedido, mamá fue a ver Lara. Regresó poco después diciendo que estaba llorando encerrada en su habitación y Rosario, quien tenía la llave, no le había dejado verla diciendo que estaba enferma.

--Enferma está ella, esa mujer egoísta y cruel--, dijo papá.

Lara permaneció encerrada muchos días, y Rosario sólo permitía que yo la viese. La encontraba siempre sentada en su cama, tejiendo o bordando. Se la veía muy delgada y con ojos enrojecidos e hinchados. Casi no hablaba pero se alegraba al verme.

¿Y yo, qué podía hacer un niño de nueve años?

Fue un tiempo de mostrarle mis dibujos y contarle que regaba sus violetas; que la Santa Rita había florecido y que las azucenas ya tenían pimpollos.

Entonces, una especie de sonrisa se esbozaba en su bello rostro.
 
--¿Vamos al bosque? —proponía yo.

--No puedo, hoy no puedo, otro día vamos--, era su invariable respuesta.

Un día hablé de José y le pregunté si no había mensajes para él, porque sabía que iba día tras día para intentar verla, y Rosario lo echaba a escobazos y amenazas de denunciarlo.

--Los mensajes han terminado--, respondía Lara.

Una trágica mañana, don Giovannin encontró la camioneta amarilla junto al molino abandonado. José estaba dentro, sin vida.

Se le rompió el corazón, decían todos en el pueblo.

-Vení- dijo mamá. -Vamos a ver a Lara, ya habrá salido del encierro-. Y tenía razón, Lara estaba en la cocina junto al fuego, tejiendo bajo la atenta mirada de Rosario.

La abracé y ella intentó sonreír, pero no era mi Lara, parecía un fantasma. La besé y corrí al terreno baldío a cortar hinojo. Allí, entre las aromáticas ramas descubrí al perro cobarde. Al verme, se acercó ladrando lastimosamente. Estaba sucio y tenía hambre. Me agaché, lo sostuve contra mi pecho y sentí el latido de su corazón, así hasta que el sol desapareció tras los pinos.

Poco después, Rosario fue a Buenos Aires al bautismo de su nieto, y Lara me pidió que la acompañara a cumplir una promesa.

Una tarde fuimos al cementerio. Lara llevaba un gran ramo de azucenas blancas de su jardín. Para nuestra sorpresa, y por ausencia de familiares, a José lo habían sepultado en la fosa común donde depositan a todos los que, como él, se van del mundo en soledad.

Lara me miró quizás buscando ayuda, pero de pronto, luego de dejar una azucena en esa tumba sin nombre, comenzó a dejar una tras una en todos los sepulcros, una escena que  habíamos visto en la película “Pasaron las grullas". Fue un momento de mucha emoción, y al finalizar su acción, Lara emitió un grito estremecedor que el viento llevó hasta los girasoles en flor del campo cercano.

Regresamos en silencio y se encerró en su casa. Siguió bordando ajuares, y ella quizás fue novia y hermana de todas las personas de buen corazón.

Lara no volvió a salir, y ella y su mágico jardín se marchitaron.

Ahora camino lentamente entre los escombros de lo que fue su casa. Levanto y guardo un pequeño trozo de mosaico azul, del color de los recuerdos.

El feroz viento de La Pampa revolea las hojas secas y trae el eco de voces distantes que todavía viven.

Vuelvo a ver y escuchar a Lara el día que me despedí para ir a estudiar en Buenos Aires. Escucho sus palabras como si fuese hoy:

--¡No vuelvas porque quedarás atrapado! ¡No vuelvas, te llevaré siempre en mi corazón!

Pero volví.

 

Filmografía mencionada:


“PASARON LAS GRULLAS” 1958 Director: Mikhail Kalatazov. 
Con: Tatiana Samóilova, Aleksei Batalov, Aleksandr Shvorin.
Disponible excelente copia en youtube.
“ROSAURA A LAS DIEZ” 1958 Director: Mario Soffici.
Con :Susana Campos, Juan Verdaguer, María Luisa Robledo, María Concepción César.
“DOCTOR ZHIVAGO” 1965 Director: David Lean.
Con: Julie Christie, Geraldine Chaplin, Omar Sharif, Tom Courtenay.
“COMO AGUA PARA CHOCOLATE” 1992 Director: Alfonso Cuarón.
Con: Lumi Cavazos, Regina Torné, Marco Leonardi.
“EL ZOOLÓGICO DE CRISTAL” 1987 Director: Paul Newman.
Con: Joanne Woodward, Karen Allen, John Malkovich.
Disponible en you tube.

Comentarios
 
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 14/09/2025 | 20:09 Hs
Enviado por Ana
Historia profundamente triste que nos remite a nuestros propios recuerdos azules, porque quien no ha presenciado situaciones similares, porque quien no ha presenciado situaciones similares? Tal vez ahora no sean tan frecuentes por suerte, pero existen. Sin embargo, están rodeados de tan hermosos recuerdos del niño y de sus sentimientos de aquella época que nos resulta entrañable. A su vez, cada recuerdo es asociado a alguna película de la época (como Oskar nos tiene acostumbrados), lo que nos permite revivirlas un poco. Sigamos disfrutando de estos cuentos!
 
 14/09/2025 | 20:05 Hs
Enviado por Favio
Muy fuerte la historia, y llena de colores. No solo el amarillo y el azul, sino en muchos momentos el relato se me trasmitio sensaciones de diferentes tonos de verdes, de rosa, celestes violetas y tambien de grises y colores mas oscuros. Como las emociones.
 
 13/09/2025 | 14:28 Hs
Enviado por Enrique Fontanillo
Genial como siempre , para emocionarse , una novela que lo tiene y dice todo , muchas historias como esa habran sucedido
 
 13/09/2025 | 11:43 Hs
Enviado por Noemi
Que hermosa y triste historia. Excelente narrativa que permite al lector ser actor de la misma. Felicitaciones Oskar y a la espera de la siguiente!
 
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