Mi familia siempre ha sido pequeña: mamá, papá, abuelo Iñaki y mi hermana Lucy.
Abuela no teníamos porque había muerto cuando papá era tan pequeño que no la recordaba. No teníamos fotos de ella, tampoco ningún objeto que le hubiese pertenecido. Si preguntábamos a abuelo Iñaki sobre ella respondía “todo se lo llevó el viento”. Y no decía una palabra más: era vasco y tozudo. Así de parco era su carácter pero pensábamos que la pérdida le había producido un gran dolor y había borrado todo lo que lo había hecho sufrir. Un día descubrí que así era pero no de la manera que Lucy y yo habíamos pensado.
La ausencia de una abuela no nos preocupaba demasiado, más no atraían nuestros juegos especialmente los de disfraces. Es verdad que Lucy siempre fue rubia, dulce, nada traviesa pero yo era un terremoto que todo lo daba vueltas y hacía muchas travesuras. Lo que más disfrutaba era maquillarme, ponerme ropa ajena, elegir exóticos nombres. Sin saberlo, actuaba.
Lucy y yo compartíamos la misma pasión por las películas y teníamos una buena cantidad de videos con clásicos del cine que veíamos una y otra vez. Admirábamos los personajes femeninos capaces de hacer sacrificios de amor o abandonar todo –incluso al hombre amado- para cumplir con su vocación.
Libertad Lamarque en “Madreselva” cantando en la boda de su hermana que se casaba con el hombre que ella quería…Sara Montiel en “La reina del Chantecler” cantando un muy vasco zortziko llorando por el amor perdido… Bette Davis en “La carta”, enloqueciendo ante la luna llena testigo de un crimen de amor… Melina Mercouri en “Fedra” enamorada del hijo de su esposo…
Podría seguir nombrando más películas pero dejo para el final a la maravillosa Silvana Mangano en “Anna” donde interpreta a una cantante de cabaret que se hace monja y como tal debe cuidar al hombre que ama. Es de antología --por lo actual que resulta su ropa y peinado-- la escena donde canta y baila “el baion de Anna”. Se lo puede ver en you tube.
Entre la escuela, las lecturas de Lucy y mis payasadas transcurrieron nuestros primeros años de infancia en un pueblito del interior de la provincia de La Pampa. Un pueblo diminuto, rodeado de chacras. A pleno campo abierto, disfrutábamos cuando con nuestras bicicletas paseábamos sintiendo el aroma de los cereales madurando al sol en espera de la cosecha o “Trilla” como dicen los chacareros.
Sintiendo el rumor del viento acariciando los trigales cortábamos verbenas silvestres de las que crecen a la vera de los caminos vecinales. De un color rojo profundo, hacíamos ramilletes que dábamos a nuestra madre.
Una mañana, cuando teníamos unos 10 años, papá nos comunicó que nos mudaríamos a Buenos Aires. Habló de una linda casa con jardín y un buen trabajo en una posición que le permitiría prosperar rápidamente.
Tal como lo contó, sucedió. Así fue como unos años después la familia pudo cumplir el sueño de papá: llevar a abuelo Iñaki a su tierra natal, España. Aunque debo volver a contar que era vasco con todo lo que eso significa.
Recorrimos muchos lugares que recuerdo como en un sueño pero sí tengo muy presente la llegada a País Vasco. Estuvimos varios días en la provincia de Guipúzkoa y abuelo Iñaki recorrió su aldea natal que había dejado para “ir hacer la América”. Era un adolecente de 15 años cuando fue a República Argentina y poco encontró de lo que recordaba. Ya no había familiares pero pudo recomponer su historia: sus padres y hermanos no respondían sus cartas porque habían muerto en el cruel bombardeo a la ciudad de Guernica. Como tantos campesinos, habían ido a vender sus productos en la feria que se desarrollaba ese día. Así es la terrible creación del ser humano, una guerra diciendo que la hace por la paz.
La última etapa del viaje fue Barcelona y creo que allí fuimos porque era el lugar donde debíamos tomar el barco de regreso a Buenos Aires.
En esa ciudad abuelo Iñaki se mostró más taciturno que lo habitual y no salió del hotel durante los pocos días que estuvimos en la capital catalana. Pensábamos que era por el frío porque era un otoño con temperaturas más bajas que lo habitual y ya se comenzaba a hablar del cambio climático aunque nadie prestaba atención.
Ahora sé que nuestro abuelo se comportaba así por otra razón pero, a pesar de eso, el día antes de embarcar decidió llevarnos a dar un paseo por la famosa calle peatonal conocida como Las Ramblas. Y sobre el final del paseo Lucy y yo nos sentimos atraídas por el aroma de las castañas asadas que ofrecía una bella mujer de ojos claros y edad indefinida. Una imagen muy potente que, si entorno los ojos, me parece verla. Sonrió al acercarnos y miró de una manera especial –quizás asombro-- a nuestro abuelo.
A cada una de nosotras entregó un cucurucho con castañas y no aceptó dinero diciendo que era un “regalo de la casa” al tiempo que acomodaba un mechón de mi desordenado cabello.
Abuelo Iñaki nos tomó de las manos y nos dejó frente a un kiosco de revistas ordenándonos --así de imperativo— que eligiéramos revistas para leer durante el viaje. Se alejó diciendo que iba a comprar tabaco pero vimos que se acercó a la vendedora de castañas y hablaron unos minutos. Regresó más taciturno que nunca, pagó al kiosquero y salimos rumbo al hotel. Nosotras no nos atrevimos a preguntar nada y así terminó nuestro último día en España.
Estaba cursando el último año del colegio secundario cuando decidí que quería ser actriz. Mis padres no tenían prejuicios sobre esa profesión, fue abuelo Iñaki quien se puso furioso. No me habló por varios días cuando le conté mi decisión. Mamá y papá me hicieron entender que todo era cuestión de tiempo, que ya se acostumbraría a mi deseo de ser actriz. No fue así y desde entonces la relación con mi abuelo cambió. No hubo más charlas, ni caminatas al parque, ni partidos del muy vasco juego de mus. Por mi parte lo veía como a un hombre terco, huraño e incapaz de aceptar una postura distinta a la propia ¡pobre abuelo, ese recuerdo lo hace más humano y ahora pienso que había sufrido mucho!
En esos días comencé a leer obras de teatro y a averiguar dónde estudiar. Leía revistas de espectáculos con comentarios sobre la actividad y también chismes…
Fue un domingo de ese verano previo al ingreso al Conservatorio de Arte Dramático. Estaba sola con mi abuelo. Mamá y papá estaban en casa de unos amigos y Lucy había salido con Lorenzo quien con el tiempo sería su esposo. Había quedado en casa para terminar de leer “Un tranvía llamado Deseo” de Tennessee Williams quien, desde entonces, es mi autor favorito. Tiempo después pude ver la versión fílmica protagonizada por los magistrales Vivien Leigh y Marlon Brando.
A la hora de la merienda me preparé un té y sobre la mesa vi el diario del día. Busqué la sección espectáculos y, entre muchas notas, una chiquitita, casi imperceptible, me inquietó. Al finalizar la lectura estaba dominada por el asombro y la tristeza pero al mismo tiempo, sentí una especie de mensaje y que debía cumplir mi vocación aunque tuviera que hacer muchos sacrificios.
Nada dije a abuelo Iñaki quien estaba en el jardín, sentado en una reposera y fumando en su pipa con tabaco de fuerte aroma. Y cuando llegaron mis padres me avalancé exigiendo respuestas. El más sorprendido fue papá quien, luego de leer el artículo, corrió a hablar con su padre. Abuelo Iñaki se levantó bruscamente y fueron a hablar al fondo del jardín seguramente para que no escucháramos la conversación. Bajo la sombra y el perfume de la magnolia hablaron, hablaron y hablaron.
Por momentos pareció que discutían hasta que abuelo Iñaki dejó a papá solo y regresó a sentarse. Dio unas bocanadas a su pipa y no dijo una palabra más.
Papá nos contó algo, no mucho. Él también estaba sorprendido y al puzle le faltaban muchas piezas. Había crecido escuchando otra historia y la reciente noticia lo perturbó por un tiempo. En ese momento nos dijo que se imponía respeto y la necesidad de “ubicarse en la época”. Nada más pudimos saber y el tema pasó a ser tabú.
Hace varios años que abuelo Iñaki no está con nosotros. Lucy se casó con Lorenzo y está esperando un hijo. Mamá y papá siguen viviendo en la misma casa y yo vivo en un departamento del centro de la ciudad por comodidad para mi trabajo.
En estos momentos estoy terminando mi maquillaje. Tengo 30 años, llevo cinco de actuaciones ininterrumpidas. He participado como protagonista en tres películas y actué en varias temporadas teatrales. Amo el teatro, la cercanía con el público. Estoy contenta porque logré desarrollar mi vocación y puedo vivir de lo que me apasiona.
Me miro en el espejo, doy el último toque de sombra a mis párpados ¡et voilá! ya no soy yo sino Eliza Doolittle del “Pigmalión” escrito por George Bernard Shaw que estamos representando en su versión musical: “Mi bella dama”. Inolvidable la película homónima protagonizada por la exquisita Audrey Hepburn.
En el elenco hay una actriz que fue muy famosa y solicitada en su juventud pero que ahora en su madurez está un tanto relegada: cruel destino de las actrices. Ahora hace de la madre del profesor Higgins.
Un día conversábamos sobre los rituales que suelen realizar actrices y actores antes de salir a escena y le comenté que no tengo ninguno pero, en verdad, no es así. Lo guardo solo para mí. Antes de comenzar pienso en quien, con seguridad, guía mis pasos y lamento no tener nada suyo, ni siquiera un retrato pero tengo el bello recuerdo de la única vez que la ví. Guardo como un tesoro el recorte del diario de un domingo de verano. Estoy segura que esa noticia reforzó mi decisión de dedicarme a la actuación.
Montserrat Beret fue una gran actriz y cantante muy famosa en su tiempo quien, al llegar su madurez dejó de recibir ofertas, destino cruel que no reciben los hombres: cuanto más canosos, mayor atractivo les encuentran.
Montserrat, para mantener su economía, se convirtió en una de las tantas vendedoras de castañas en Las Ramblas de Barcelona.
La nota también informaba que siendo muy joven se había casado con un vasco llamado Iñaki Echea y se había mudado a La Pampa. Fueron sus años iniciales y, como ya dije, al puzle le faltan piezas.
Abuelo Iñaki había contado a papá que ella se había marchado porque no soportaba el viento ni las tormentas de arena cuando a mediodía se hacía noche cerrada. Soñaba con montañas, ríos y lagos. Y él dijo “el viento se la llevó”.
Montserrat e Iñaki, historia de un amor que revive en el recuerdo de una tarde, en Barcelona.
El público me espera. Hasta un próximo y muy feliz encuentro.
Filmografía mencionada:
”MADRESELVA” 1938 Dirección: Luis César Amadori.
Intérpretes: Libertad Lamarque, Hugo del Carril, Malisa Zini y otros.
“LA REINA DEL CHANTECLER” 1962 Dirección: Rafael Gil.
Intérpretes: Sara Montiel, Alberto de Mendoza, Ana Mariscal, Gerard Tichy y otros.
“LA CARTA”(The letter) 1940 Dirección: William Wyler.
Intérpretes: Bette Davis, Herbert Marshall, Gale Sondergaard y otros.
“FEDRA” (Phaedra) 1962 Dirección: Jules Dassin.
Intérpretes: Melina Mercouri, Anthony Perkins, Raf Vallone y otros.
“ANNA” 1951 Dirección: Alberto Lattuada.
Intérpretes: Silvana Mangano, RAf Vallone, Vittorio Gassman y otros.
“UN TRANVÍA LLAMADO DESEO” (A streetcar named Desire) 1951
Dirección : Elia Kazan.
Intérpretes: Vivien Leigh, Marlon brando, Kim Hunter, Karl Malden y otros.
“MI BELLA DAMA” (My Fair Lady) 1964 Dirección: George Cukor.
Intérpretes: Audrey Hepburn, Rex Harrison, Stanley Holloway, Gladys Cooper, Wilfrid Hyde-White y otros.