Ante la condena judicial a una de las líderes más transformadoras de la democracia argentina, una carta sin nombres pero con memoria. Una carta también contra el odio de los que fueron beneficiados, y aún así, eligieron odiar.
Hubo una mujer.
Una que no pidió permiso.
Que no bajó la cabeza.
Que no se arrodilló jamás: ni ante los poderosos de adentro, ni ante el Fondo Monetario Internacional.
Gracias a ella, mi madre —que había trabajado toda su vida sin aportes— pudo jubilarse con dignidad.
Gracias a ella, miles de jóvenes fueron los primeros universitarios de su familia.
Gracias a ella, hubo casas para quienes vivían de prestado.
Gracias a ella, hubo igualdad, ciencia, memoria, salud, derechos.
Recuperó Aerolíneas Argentinas.
Recuperó YPF.
Creó el Procrear, el Conectar Igualdad, la AUH.
Impulsó el matrimonio igualitario, la identidad de género, la paridad.
Revalorizó el rol del Estado.
Reivindicó la política como herramienta de transformación.
Y nunca, nunca, ordenó reprimir al pueblo que se manifestaba.
Porque sabía que el pueblo no es enemigo.
Por eso la persiguen.
Por eso la condenan.
La causa fue inventada.
Armada sin pruebas, sin delito.
Con odio.
Con guión mediático.
Con operadores judiciales.
Y con una Corte Suprema que hace rato se convirtió en una escribanía del poder real.
Una Corte que duerme causas millonarias.
Que jamás juzgó a quienes endeudaron al país sin control.
Que naturalizó el espionaje ilegal.
Que jamás condenó los saqueos de los poderosos.
Pero con ella, sí.
Con ella se animan.
Porque es mujer.
Porque es fuerte.
Porque no obedece.
Y sí, a ella también la quisieron matar.
Le apuntaron a la cara y le gatillaron.
En vivo.
Y ese intento de magnicidio quedó en el olvido más escandaloso de nuestra democracia.
Como si hubiera sido merecido.
Como si su vida importara menos.
Y lo más doloroso, quizás, es el odio de quienes se beneficiaron con sus políticas.
Esa vecina que pudo jubilarse y ahora repite los titulares del canal que la desinforma.
Ese comerciante que accedió al crédito subsidiado y ahora la llama ladrona.
Esa familia que pudo estudiar, viajar, vacunarse, vivir con derechos, y sin embargo elige odiarla.
¿Por qué?
Porque el odio es un discurso bien financiado.
Porque hay una maquinaria que inocula desprecio de clase.
Porque el patriarcado odia a las mujeres que no obedecen.
Porque es más fácil repetir que agradecer.
Porque hay quienes no toleran que una mujer haya hecho tanto sin pedir permiso.
Pero ella no se rindió.
No se quebró.
No se vendió.
Y sigue de pie.
Nosotras tampoco nos rendimos.
Las que vimos a nuestras madres cobrar por primera vez.
Las que vimos aulas con netbooks.
Casas con familias felices.
Calles con memoria.
Palabras con convicción.
La historia no se borra con sentencias redactadas de antemano.
La verdad no se calla con tapas repetidas.
Y el amor por el pueblo no se encarcela.
Porque las que arden con justicia no se apagan.
Y una mujer así no se borra.
Se multiplica…
(*) María Virginia Figal
Profesora, Psicóloga Social
Miembro de APPSA, SADE, Activista en Femimusas y Revoviejas.