Mustapich inició su carrera en la justicia provincial en el año 1982, como fiscal de primera instancia en lo penal en la Segunda Circunscripción Judicial, en General Pico. En el año 1984 asumió como juez de Instrucción Penal n° 2, cargo que desempeñó durante varios años y en el que desentrañó algunos resonantes casos policiales.
Tomás Mustapich fue el juez que dilucidó la causa iniciada por la investigación policial abierta al desaparecer Florentino “Tino” Troiani, un conocido y recordado automovilista de Colonia Barón que se había domiciliado en General Pico.
Hacía dos años que no se sabía nada de Troiani y los rumores lo hacían en Europa, escapado de los suyos. La realidad fue que “Tino” había sido asesinado y enterrado en un predio rural ubicado a 6 ó 7 kilómetros de Pico en dirección el Noroeste.
La paciente labor que se realizó con la dirección de Mustapich, permitió atar todos los cabos sueltos y llevar a juicio a los autores del macabro suceso, un caso que ocupó por años a la justicia local y a la prensa de toda la provincia.
Más tarde, Tomás Mustapich fue ascendido a camarista, en el año 1994, donde también cumplió una labor destacada, hasta que en 2008 fue designado integrante del Superior Tribunal de Justicia de La Pampa, órgano que presidió en dos oportunidades, y del que se alejó al presentar su renuncia en el inicio de 2014, por razones de salud, después de más de 30 años de labor judicial y cuando tenía 69 años.
Un mes atrás, se contagió de Covid-19, y al cabo de los días debieron internarlo por tratarse de un paciente de riesgo por su edad y por algunas dolencias, que de todos modos ya había superado.
Tras dos semanas pareció recuperarse un poco. Salió del sector donde había permanecido entubado, pero en estos últimos días su salud recayó y finalmente falleció, tras recibir la unción de los enfermos, según narró su familia a los amigos más íntimos.
Para este escriba resulta ineludible relatar algunos episodios de la relación profesional que sostuvimos entre juez y periodista, muy marcada por un respeto mutuo que con los años se trasladó a la vida de sociedad, trenzándonos en acaloradas partidas de tenis con otros amigos comunes, o en diálogos que fueron siempre recordados por su perspicacia y sabiduría.
Una anécdota que vale como ejemplo perfecto de esta cita es aquella memorable descripción que una vez hizo de su trabajo como juez penal.
Aludiendo al momento en el que le tomaba indagatoria a un sospechoso de crimen o delito, decía que cuando el acusado se sentaba en la silla dispuesta frente a él, “no sabía que se había sentado arriba de un palo de punta y enjabonado. Hay algunos que se creen muy vivos, más bichos que uno, y se ponen habladores y se mueven y gesticulan y no se dan cuenta que se van metiendo el palo solitos… esos son los que más me gustan”, decía “Tommy” o “el ruso”, como se lo conocía familiarmente entre los amigos.
Pero también reconocía que le tocaron otros. “Hubo quienes se sentaron ahí, donde estás vos ahora, que se quedaron quietitos y era un trabajo extra sacarles alguna palabra. Esos fueron los más difíciles”, reflexionaba.
Y entre estos últimos, Mustapich siempre recordó a uno en especial. “Hubo uno que era un maestro. Tenía que responder por sí o por no y cuando asentía con la cabeza, hacía una pausa de unos segundos y me decía: no, doctor… Y ante otra pregunta, negaba con la cabeza y respondía: si, doctor”.
Tipo de teatro, el escriba no iba a desaprovechar semejante imagen para aplicar en una escena. Y así fue, pero con una protagonista femenina… Eran apenas dos minutos, pero resultaron hilarantes para el público de cada función. Y por supuesto que tuvo pleno conocimiento de esa “licencia” teatral, aunque hasta ahora no se develara la procedencia por razones obvias.
El virus lo sorprendió en plena etapa jubilatoria, cuando junto a su esposa gozaba de su familia, de sus tres hijos y de sus nietos. Descanse en paz.
Alberto Callaqueo