El disco será presentado en Hasta Trilce, en CABA, este jueves, junto a su mentora Teresa Parodi. El fin de semana el chaqueño tocará en La Pampa.
Estaba en su tercer año de la secundaria y los veía como superhéroes. En su casa de Resistencia, en el Chaco, su hermano Quico y sus amigos, que le llevaban diez años, solían hacer reuniones de militancia política, asado, truco y zapadas hasta altas horas de la madrugada.
Allí había guitarreros y cantores. Ninguno era profesional pero Coqui Ortiz escuchaba con atención y ahora, al recordarlos, los sitúa como el origen de su oficio: la magia de la canción, dice, empezó en ese entrevero de gente, entre esos músicos orejeros, entre los descubrimientos de Zitarrosa y de Los Olimareños.
Le gusta nombrar la música como un oficio, sin ningún tipo de idealización. “El oficio trae consigo cosas ingratas, al ser precarizado y muchas veces mal pago, injusto para quienes vivimos en el llamado ‘interior’ del país, pero nada se compara con la emoción y lo transformador que resulta al que recibe y al que da”, suelta el cantautor chaqueño, que acaba de lanzar su nuevo disco, Álbum de memorias, el cual rinde homenaje a personajes, lugares y a sus primeros maestros de la canción y que presentará en un concierto unipersonal de décimas y canciones en Hasta Trilce, con una invitada de honor en esta nueva visita a Buenos Aires: su mentora Teresa Parodi.
Para Ortiz, la canción siempre va adelante, acompañada por la guitarra.
Nacido en 1972, dice que busca poner la canción por delante y, acompañado siempre por su guitarra, suele elegir estilos e influencias con total libertad.
“No elijo una vertiente sobre otra. Me gusta la música que llaman tradicional y procuro abordarla con pleno respeto por sus símbolos pero a la vez, me atraen profundamente los experimentos y el diálogo con lo contemporáneo”, define. Y lo amplía a lo literario: disfruta de letras escritas con sencillez y, a la vez, de aquellas que guardan una mayor complejidad poética. “La única regla que tengo es que cada trabajo debe tener un hilo conductor y un marco conceptual sólido”, agrega mientras pone como ejemplo cuando grabó el disco La palabra echa a volar en el canto (2014) con Aledo Luis Meloni, un poeta de cien años. O cuando elaboró un disco de chamamé, Chamamé sentido (2023), respetando su sonido y sus códigos.
"Pero los primeros discos que hice ya mostraban una visión diversa y esa amplitud es mi camino natural. Próximamente vendrán trabajos que reflejan esta mixtura: uno que podemos denominar género canción, sin tanto regionalismo explícito, y otro proyecto en banda que explora milongones y candombes que siempre me han salido con total espontaneidad. Mi vertiente, en resumen, es la libertad guiada por el concepto, permitiendo que la música del Litoral dialogue con otras estéticas, sin fronteras”, asume el compositor e intérprete, para quien un repertorio nunca es una simple lista de canciones.
Además del contenido, subraya, es fundamental la forma. “La música es mi vehículo para contar, y por eso busco que todo esté dicho con poesía y bajo una coherencia estética”, sintetiza Coqui y en su nuevo disco surgen temas como “El canto es un río”, con colaboración del guitarrista Marcelo Dellamea, o la adaptación de temas de Cayetano Gaúna, uno de sus maestros, como “Madrigal para un recuerdo” y “A orillas del Arazá”.
“Al modo de mis mayores/ iré trenzando esta historia. Suerte que tengo memoria/ que es el tesoro del hombre”, canta su voz grave y melodiosa en registro de décimas.
A fines de los noventa, conoció al Negro Aguirre, su sensibilidad y rigor estético, y todo dio un giro impensado. Se contagió de su forma de abordar el folklore, se convirtió en su compañero de ruta e incluso en su sello Shagrada Medra editó todos sus discos, como los notables Coqui Ortiz en grupo (2002) y Parece pajarito (2005). “A pesar de los años que llevo caminando solo, de vez en cuando necesito visitarlo, conversar, intercambiar ideas y saber en qué anda”, dice con simpleza quien también supo tocar con Jorge Fandermole, Liliana Herrero, Luis Salinas y Juan Quintero.
Ortiz cita a otros referentes: su profesora de literatura Noemí Vinciguerra, los músicos chaqueños Gustavo Viñas y Bosquín Ortega, la Universidad del Nordeste y sus experiencias de laboratorios artísticos, la llegada a Chaco del músico uruguayo Ricardo Panissa y la cercanía con el poeta Germán Correa, con el que empezó a crear obras.
Alguna vez visitó Cuba y tejió redes con músicos locales, pero lo que más lo marcó fueron los ciclos y encuentros de música argentina a principios del año dos mil en distintos puntos del país. Aquellos vínculos humanos y artísticos que perduraron hasta hoy son una energía colectiva que ansía encontrar en el presente. “Me quedó fijado el espíritu de esa época: la sensación de estar construyendo una escena nacional junto a compañeros de ruta con quienes compartíamos el mismo horizonte musical.
Ese intercambio constante fue el motor esencial, algo necesario de recuperar en este presente”, dice y detalla un proyecto llamado Madre Canción, una suerte de taller itinerante donde explora, junto a sus alumnos, las posibilidades de la composición.
Se crió con el chamamé clásico de figuras como los Hermanos Chávez y Julián Zini, a la par que incorporó a Silvio Rodríguez y Armando Tejada Gómez. Desea seguir descubriendo las formas del chamamé, del milongón y el candombe y rescata la investigación de Juan Pedro Zubieta para la Fundación Memoria del Chamamé.
Antes que cualquier encasillamiento, le gusta definirse como un músico nordestino, fronterizo y litoraleño, algo que lo sitúa desde el sur de Brasil a Paraguay y Uruguay. “La diversidad de caminos para llegar a la canción”, se sigue entusiasmando, con los pies en las raíces para construir un puente con las nuevas generaciones.
(Entrevista de P12)