Los dos jóvenes chilenos que lo encontraron llevaron sus pertenencias a sus familiares italianos, y cuando volvieron a la montaña ya no pudieron volver a ubicar el cadáver.
En 1959, un montañista italiano se aventuró a llegar a la cumbre del Cerro Mercedario (6.720 msnm) cuando desapareció sin dejar rastro alguno. La expedición, que realizó junto a otros cinco escaladores, terminó en una tragedia: sus compañeros lograron descender con graves congelaciones, pero de Vincenzo Chiaranda nunca más se supo. Su historia se quedó en la inmensidad de la cordillera, hasta que dos andinistas chilenos -que se encontraban abriendo una nueva vía- hallaron su cuerpo conservado.
La expedición del grupo de seis montañistas -Juan Dalmatti, José Muñoz, Carlos Álvarez, Ernesto Payá, Sergio Lartundo y Vincenzo Chiaranda- comenzó en la comuna de Salamanca, en el Valle del Choapa, Chile. Tras siete días de aproximación atravesando los Andes, llegaron a la base del cerro argentino, ubicado en la provincia de San Juan. Su objetivo era abrir una nueva ruta por la cara norte. Cuatro días más tarde, tres de ellos lograron la cumbre a eso de las 19:30 horas, un 18 de enero de 1959.
Tras emprender el regreso demasiado tarde, se vieron obligados a pasar la noche en la intemperie, unos 200 metros más abajo de la cumbre. A la mañana siguiente, ahora con serios problemas de congelación, continuaron con su descenso. Sin embargo, una fuerte tormenta inició y provocó que se dispersaran. Por la tarde, Lartundo y Payá lograron llegar al Campamento 2 (5.500 msnm). Vicente Chiaranda jamás volvió a ser visto.
En 2022, unos 63 años más tarde, Horacio Ritter y Erick Pizarro se encontraban realizando lo que sería una nueva apertura en el Cerro Mercedario. Decidieron atacar la cumbre desde la ladera Oeste de la montaña, comenzando el viaje desde el Valle del Choapa. Luego de siete días de haber partido su trayectoria desde la localidad de Cuncumén, se hallaban en la recta final -a tan sólo 700 metros de la cima- cuando la llegada de una densa neblina provocó que sus esperanzas de concretar la hazaña se empezaran a disolver.
“La niebla era tan espesa que apenas podíamos ver más allá de unos 50 metros. Aún así, continuamos el ascenso con la esperanza de que se nos abriera un espacio para atacar la cumbre. Tras tantos días caminando y tanto esfuerzo, decidir simplemente dar la vuelta y bajar era difícil”, relata Horacio. Al llegar a la cota 6.300 (msnm), a unos metros más arriba del Glaciar de los Polacos, sucedió lo inesperado. Sin conocer hacia dónde exactamente se dirigían, se encontraron con un extraño objeto en el suelo: era un antiguo armazón metálico de mochila. Sus pasos siguieron avanzando hasta que se toparon con un cadáver humano completamente momificado. El cansancio y el frío pasaron a un segundo plano. “Sentí que por un segundo mi corazón se detuvo. El cuerpo estaba perfectamente conservado, y parecía recién salido del glaciar. Estaba en una posición relajada con los pies cruzados, como si se hubiera detenido a descansar antes de continuar su descenso. Una de sus manos se había quedado arriba, y parecía que en algún momento hubiera estado sosteniendo su mochila”, rememora.
Junto al cuerpo hallaron un piolet, una linterna, crampones, una navaja y una cámara de película Bell & Howell 200EE con seis bobinas de película. La mayoría de las pertenencias estaban sorprendentemente en buen estado. Su muñeca izquierda aún tenía puesto un reloj. Los jóvenes colocaron piedras alrededor del difunto, tomaron fotografías y recogieron todo el material posible, con la intención de entregársela a su familia. “Honestamente, encontrarlo fue una buena excusa para volvernos. Nos frenó de seguir hacia la cumbre, y tal vez, pasar por el mismo destino”, admite recordando que, una vez abajo, se desató una gran tormenta y la montaña era sólo nieve.
Ya cuando abandonaron el cerro, asociaron rápidamente el encuentro con la historia que alguna vez habían escuchado sobre Vincenzo Chiaranda. Así, en ellos despertó la curiosidad de conocer más sobre el hombre perdido en la grandeza de la montaña. Su imagen y los objetos que llevaba consigo impulsó a Horacio a investigar. Junto a su padre, iniciaron la búsqueda de la familia de Vincenzo. Tras identificar nombres y enviar una dirección postal en Italia, lograron contactarlos. “No podían creer que, después de más de seis décadas, su desaparición finalmente tenía noticias”, afirma.
En 2023, Horacio viajó a Grizzo, Italia, para reunirse con la familia Chiaranda. “Me sentí muy acogido. Se sintieron completamente agradecidos. Me di cuenta de que Vincenzo era casi como un héroe local. Hasta el alcalde me fue a visitar”, comparte Horacio. Más allá del hallazgo de por sí, lo más significativo fue compartirlo. “Yo diría que lo más lindo de esta historia fue comunicársela a su familia y ver sus reacciones”, asegura. Entregarles algunas de las pertenencias de Vincenzo y ver la emoción en sus rostros, le brindó todo el sentido a su experiencia. De esta forma, no se trató únicamente del descubrimiento de un cuerpo, sino de brindarle un cierre a los familiares del escalador. “A pesar de que algunos fragmentos de las bobinas están dañados, otros se encontraban en muy buen estado. En ellos se puede apreciar la ascensión del grupo, desde el campamento base en adelante. Todo con un equipo súper antiguo”, narra.
El hallazgo de Horacio y Erick cerró un ciclo, pero también abrió nuevas preguntas. En 2024, ambos intentaron ascender el Cerro Mercedario por tercera vez. En esta oportunidad, con toda la determinación y fortaleza que se requiere, alcanzaron la cumbre un 8 de enero. Al iniciar el descenso, se centraron en buscar el cuerpo de Vincenzo, pero nunca lo encontraron.
“Queríamos hallarlo una vez más para entregarle una placa metálica con un escrito dedicado a él”, relata Horacio. Sin embargo, la geografía del lugar parecía ser distinta a como la recordaban, y se les hizo imposible ubicar el punto exacto. “Esta vez no nos perdimos, y como dicen por ahí, para encontrar a un perdido hay que perderse”, reflexiona. Hoy, la placa en memoria a Vincenzo quedó en el Campamento 1 (4.700 msnm) de la montaña. Decidieron dejarla arriba con la ilusión de que alguien más pueda llevársela a su cuerpo.
Ya han pasado tres años de lo ocurrido, y Horacio todavía puede revivir la sensación de aquel día y rememorar el mismo pensamiento: en aquellas situaciones donde uno se encuentra en su límite, el estado físico y mental cambia, al mismo tiempo que los umbrales naturales se elevan a tal nivel, que uno simplemente debe dejar al cuerpo hacer lo que por naturaleza es capaz. Más que una lección, lo sintió como un cruce fortuito con una historia congelada en el tiempo, que lo llevó a cumplir una misión. “Fue una experiencia que agradezco. La vida me guió a encontrarme con Vincenzo para llevarle la noticia a su familia. Me siento feliz de ello”, concluye.
(Carolina EsterMay – Austerra.org)
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