Viernes a la noche. El mate ya frío, en casa siempre el mate va y viene, la pava silbando al costado de la hornalla, como si se quejara de la vida, y acá los tres (mi madre, el flaco y yo) frente a la tele, sabiendo que lo que viene seguramente nos producirá una especie de incomodidad estomacal, nos acomodados resignados en la punta de la mesa, cerquita, como para amucharnos.
Tal cual imaginamos, lo que lee el Presidente no es una receta para mejorar el país, sino una clase magistral de cómo maquillarlo con luces de estudio.
Todavía está fresco el veto presidencial al aumento de las jubilaciones y a la emergencia en discapacidad. Dos firmas, un gesto seco y listo: como barrer las migas de la mesa y tirarlas por la ventana.
Recordé que en la farmacia, una jubilada apoyó unos billetes sobre el mostrador como si fueran trozos de tela que no alcanzan para abrigar, es un juego en el que nunca gana: “¿Cuánto puedo llevar con esto?”.
- Lleve doña, los del mes luego paga cuando cobre. Así de humana la farmacéutica.
Me fui pensando que en este pueblo todos somos solidarios, y además, somos pampeanos y privilegiados.
Sé que mi prima política, en otra casa, en otra provincia, mira el calendario de rehabilitación de su hija con discapacidad y hace cuentas que no dan, como cuando querés llenar un termo con agua que ya no está. Nadie se salva de esta locura, todos tenemos un jubilado, un conocido con algún tipo de discapacidad.
Y hoy viernes a la noche, como para alegrarnos el finde, aparece Milei en cadena nacional. Quisiera apagar la tele, pero quiero ver cómo sigue su crueldad hacia los más débiles, y además voy a seguir resistiendo, aunque sea con mi escritura.
El presidente sonríe como quien va a dar buenas noticias, pero lo que reparte son frases que suenan a oferta de supermercado: “La inflación pasó de 300% a sólo 25% interanual”. Como si fuera un descuento, pero sin producto en la góndola. Asegura que millones salieron de la pobreza, como si la pobreza fuera un colectivo del que podés bajarte cuando querés.
Dice que los salarios le ganan a la inflación, aunque todos sabemos que en la carnicería, el carnicero sigue repitiendo: “Hoy no hay milanesas”, y en la verdulería la lechuga se cotiza como acción en Wall Street.
Entre números y gestos ampulosos, acusa al Congreso de usar causas nobles para llevar al país a la quiebra. Algo así como vender rifas para ayudar a los chicos… y después irse a un all inclusive en Cancún.
Y presenta sus “soluciones”:
- Prohibirle al Tesoro emitir: cerrar la canilla cuando la olla ya está seca.
-. Meter preso a quien apruebe déficit: la economía como serie policial, con sospechosos y esposas, pero sin presupuesto para nafta de los patrulleros.
Cierra, como siempre, con tono de película de acción: “Si quieren volver atrás, me van a tener que sacar con los pies para adelante”. Lo dice como si se jugara la vida… aunque el que se juega la suya todos los días es el jubilado que decide entre comer o comprar remedios. Apagamos la tele.
Afuera, el viento pampeano golpea las chapas. Adentro, la pava ya se enfrío. El silencio es pesado, pero más pesado es saber que mientras se arma este show de cifras y amenazas, la inflación —como la humedad— se cuela por todas partes.
En las casas, la gente sigue contando la plata que no alcanza. Los discursos se apagan, pero las heladeras vacías hacen más ruido que cualquier cadena nacional.
Pero a mí me queda una esperanza, aunque me insulten anónimamente en comentarios o llamados de números privados.
Milei no se va a ir con los pies adelante, se va a ir en las urnas, porque la gente ya no le cree y se está muriendo. Y además, tendría que cambiar la Constitución, porque hace exactamente lo contrario. ¡¡Amenazar a los legisladores con meterlos presos!! Por favor, un psiquiatra por aquí.
(*) María Virginia Figal
Profesora y Psicóloga Social.
Miembro de SADE y APPSA. Activista independiente y en Femimusas.