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  VIERNES 31/07/2020
Un argentino en Ecuador tuvo coronavirus por 87 días y se sometió a ocho hisopados
Daniel, que vive en Guayaquil, comenzó con los síntomas en marzo y contó cómo fue la pesadilla de vivir con coronavirus y sus secuelas.

Un argentino sobrevivió tres meses con coronavirus bajo un sistema de salud totalmente colapsado, en la soledad de su casa y con faltante de medicamentos y oxígeno. Daniel Gramuglia, de 35 años, reside en Ecuador y se hizo ocho hisopados, de los cuales siete dieron positivos.

El 15 de febrero, Daniel - oriundo de Tandil - viajó a la ciudad de Guayaquil, donde es bombero voluntario del cuartel de Samborondón. El primer caso de coronavirus en Ecuador se confirmó a fin de mes y para el 17 de marzo, el presidente Lenin Moreno decretó el toque de queda. Si bien las personas podían circular en la calle entre las 5 y las 14, y todo tipo de actividad quedó cancelada, los casos aumentaban de a cien por día.

“El 24 de marzo empecé a sentirme cansado. Solo iba al supermercado o al banco, si surgían emergencias con los bomberos lo hacíamos con las medidas de bioseguridad. Decidí no salir y esperar a ver cómo evolucionaba”, recuerda Daniel, quien cuenta a minutouno.com su historia de supervivencia.

“Al día siguiente la fiebre me llegó a 40°C y no me bajaba. Empecé con dolor abdominal, fatiga y dolor muscular propio de una gripe fuerte”, indica Daniel, quien asegura que “siempre había tomado todas las medidas de prevención”.

Cuando el 28 de marzo llamó al 911 de emergencias, el sistema en Guayaquil ya estaba sobresaturado y no había ambulancias. Con la ayuda de un conocido pudo llegar a un hospital público. No había hisopados disponibles, solo se conseguían de forma privada, con una espera de más de cinco horas y un costo de 120 dólares.

El primer hisopado y la odisea por conseguir medicamentos

El 31 de marzo le dieron el primer resultado positivo de coronavirus. “Ahí empezó la película de terror, algo que no me lo olvido nunca más”, recuerda.

La fiebre continuaba y Daniel buscó atención en médicos de Argentina y de Ecuador, quienes tomaron la decisión de recetarle Azitromicina, Paracetamol, inmunomoduladores y complementos de Vitamina C.

Además de fiebre alta, diarrea, dolor en las articulaciones y muscular, empezó a sufrir de presión alta y conjuntivitis por lo que le administraron un hipertensivo: “Me dolía la cabeza y sentía taquicardia. Me tomé la presión porque tenía el tensiómetro y me dio 22/10 y 200 pulsaciones en reposo. Era grave para mi edad”.

“Intentaba comunicarme por teléfono con las farmacias y era imposible, estaba todo colapsado y no había atención. Los medicamentos no se conseguían y los que había estaban en sobreprecio. La Azitromicina me la vendieron a 10 dólares cada pastilla, que suele costar 80 centavos. Cinco pastillas de Hidroxicloroquina costaban 200 dólares y te decían que si no tomabas ese medicamento te podías morir”.

Para entonces, en Guayaquil no se conseguía ni un simple Paracetamol. Había desabastecimiento en los supermercados y fallaban los servicios de luz y agua con cortes constantes: “Pasé días difíciles. No tenía cómo alimentarme. Los testimonios de la gente en Guayaquil eran alarmantes, la gente se moría, tenía compañeros que habían perdido familiares y de la morgue no retiraban los cuerpos de las casas. La gente estaba desesperada”.

Daniel buscó ayuda en el Consulado argentino de Ecuador y cinco días después del primer hisopado pudo conseguir la mediación indicada por los médicos.

“Pensé que me moría”

“Al séptimo día me puse muy mal, me empezó a faltar el aire, estaba saturando 82, cuando lo normal es 98. Me llevaron al hospital de Guayaquil para internarme pero no había cama; en un segundo hospital me exigían el equipo de oxígeno para ingresar. No se conseguían, me quisieron vender uno a 1.200 dólares, cuando cuesta 200”, cuenta y ante la difícil situación, Daniel tomó la decisión de regresar a su casa y seguir el tratamiento por videollamada: “No tenía otra opción”.

Las noches se le hacían eternas y dormía dos o tres horas. “Pensé que me moría. Tenía pesadillas, miedo, incertidumbre de no saber si los medicamentos hacían efecto. Fue muy triste”, recuerda. “No tenía quién me viniera a atender, no había un médico que me revisara, no se conseguía turno para hacer la tomografía”.

Cada semana y media, Daniel se realizaba estudios de laboratorio de sangre donde corroboraban cosas precisas del coronavirus: “Era un paciente para estar internado con respirador constante pero no había cama. Una vez habían intentado armar una cama en el estacionamiento del hospital, seleccionaban a la gente, no había lugar”.

“Los médicos me dijeron que llamara a mi familia para avisarles que estaba mal y que no sabían cómo iba a pasar la noche porque no tenían oxigeno para darme. Tomé la decisión de que lo que tuviera que pasar, pasara en mi casa. En el hospital no había atención, no había médicos, insumos, nada”.

Tres meses después, reflexiona que dentro de los pensamientos negativos sabía que “tenía que seguir para delante, luchándola”. Al día 12 le consiguieron un equipo de oxigeno.

El segundo hisopado positivo

Al día 14 del curso de la enfermedad, el Consulado argentino en Guayaquil logró que un representante del Ministerio de Salud de Ecuador se acercara al domicilio de Daniel para realizarle el segundo test de coronavirus.

“Cuando volvió a dar positivo me destruyó. Pensé que estaba curado aunque seguía con fiebre, diarrea, dolor muscular y de articulaciones, taquicardia, temblores… “, cuenta Daniel, quien realizó un segundo tratamiento y con eso volvió la odisea de conseguir los medicamentos.

Los días se iban haciendo más duros. Su saturación caía a 84 y llegó a solo 82: “Estaba agotado. No podía subir o bajar escaleras, ir al baño y no tenía apetito. Creo que eso fue una de las cosas que más me perjudicó”. Amablemente, los vecinos se enteraron de su situación y le alcanzaban alimentos a su puerta.

El resultado del tercer hisopado tardó 8 días y volvió a dar positivo. Daniel tuvo que hacerse ocho hisopados de forma privada – de 120 a 180 dólares por test - de los cuales siete dieron positivo.

El negativo y las secuelas de la pesadilla

“Al octavo hisopado ya no sabía qué hacer. Cada vez que un hisopado daba positivo me iba a acostar llorando de la angustia y la impotencia de no poderme sanar. Nadie entendía que me diera positivo tantas veces”, recuerda.

El resultado llegó el 29 de junio, después de 87 días con coronavirus: “Sentí alivio, felicidad, ganas de gritarlo. Me dijeron que podía salir a la calle y tener contacto con la gente. A mí me daba miedo salir y lo pospuse para día. No estaba al cien por cien”.

Todo parecía en orden hasta que al día siguiente del alta levantó fiebre a 40, dolor de garganta y oído y se le paralizó la parte derecha de su rostro.

A las 72 horas decidió concurrir al hospital: “Me dijeron que tenía secuelas del coronavirus. Sigo teniendo disnea de noche, me cuesta respirar. Si duermo boca arriba me falta el aire. Todavía no salí a la calle". Desde el 29 de marzo que está encerrado en su casa de Guayaquil.

“La única vacuna hasta que salga la verdadera es cuidarse uno mismo”
“Creo que después de todo esto uno tiene varios aprendizajes, te deja una enseña de la vida: hay que vivir la vida hoy, y no pensar tanto en el mañana porque uno no sabe lo que va a pasar. Uno es joven, tiene un montón de cosas adelante y hay que estar feliz por todas las cosas, vivir de otra manera, bajar un cambio, aprovechar todos los momentos de la vida”, reflexiona el argentino.

A Daniel no le faltan ganas de volver a Argentina y estar con sus amigos y familia, pero tiene que mantener su trabajo en Guayaquil. Con la empatía a flor de piel, considera además que los vuelos de repatriación deben ser utilizados por quienes realmente lo necesitan y quedaron varados.

“La solidaridad en este momento es súper importante, si hoy todos nos ayudamos entre todos, a este virus le ganamos”, rescata desde Ecuador.

En ese sentido, hizo hincapié en la importancia de “no relajarse” con el coronavirus porque “no sabés de dónde te puede venir el virus y hay mucha gente que lo subestima”, indica el bombero, para quien la idea es conscientizar a la gente”. “ Ojalá que a Argentina nunca le pase lo que pasó en Guayaquil”, puntualiza en cuanto a la saturación del sistema de salud.

“La gente más peligrosa de cualquier país es la gente joven”, advierte sobre los contagios. “Nosotros, de 14 a 45 años que salimos a hacer actividades, caminar, correr, tenemos contacto social y tenemos que pensar en los toros, nuestros padres, tíos, abuelos, por la gente que está enferma. Puede haber un asintomático y puede causar la muerte de ese familiar tan querido para uno”.

“El coronavirus es una pandemia, es mundial, nos tocó a todos. Hay que cambiar como sociedad, que esto nos sirva para aprovechar y disfrutar cada momento”, expresó.

(Minuto Uno)

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