Jorge Satragno fue un santarroseño “fuera de serie” por donde se lo mirara y un talentoso que le sacó las mejores melodías a todos los instrumentos de viento que ejecutó.

Un “loco” que vivía por y para la música, que tocaba en un concierto en sala súper equipada o al aire libre, en los jardines de la Laguna Don Tomás, por las noches, adonde iba para no molestar a los vecinos del barrio donde vivía, en una vieja casona de sus abuelos, en las calles Don Bosco y González.

Y desde varias cuadras a la redonda se podían escuchar los originales acordes que creaba o el repaso que hacía para sus presentaciones. Un regalo para el oído de los amantes del jazz en particular o de la música en general. En aquellos años, muchos le conocían sus horarios y hasta esperaban la hora en la que comenzaba a sonar su saxo tenor.

Había alcanzado un conocimiento tal en el arte de ejecutar el saxo o la flauta traversa, que llegó a un punto en el que supo que para crecer tenía que ir a la “meca” de los más brillantes estudiosos de la materia. Y no paró hasta conseguir asistir en Boston, Estados Unidos, a la Berklee College of Music, la Universidad de Música más grande del mundo.

Se instaló en Boston por un tiempo prolongado. A esa ciudad regresó en otras oportunidades hasta perfeccionar su conocimiento musical a un grado superlativo. En aquellos años  y al regresar ofreció numerosos conciertos en el Teatro Español, en el Aula Magna de la UNLPam, en El Viejo Galpón aquí en General Pico, solo en concierto o acompañado por algunos de los músicos pampeanos con los que compartió creaciones y escenarios, entre ellos “Camilo” Camiletti, “Chispa” López (que falleció hace muy poco) y “Tachi” Gaich.

En una hermosa nota que hace unos años le hizo el periodista Mario Vega en el diario La Arena, recordó los días que pagó con calabozo por integrar el grupo de seguidores de Silo, en los convulsionados días de 1975 que culminaron con el golpe del ’76.

Habían aparecido grafitis con leyendas de adhesión a la agrupación y la policía no tuvo mejor idea que hacer una “razzia” para detener a un grupo de jóvenes entre los que estaba Jorge. “Fueron 10 días y, la verdad, nos cagábamos de risa”, recordó en ese diálogo con Vega.

En esa misma nota, un repaso de su vida, el periodista narró que en un estancia en Boston, Jorge “decidió casarse con una joven puertorriqueña –algo tuvo que ver el tema de los papeles para poder permanecer en Estados Unidos–, y que en algún momento algo le hizo un “click” en su cabeza. Algo dejó de ser como era. Del tipo locuaz, parlachín, alegre, que era, pasó a ser un personaje mustio, de pocas palabras. Podría decirse que se refugió en su propio y recóndito mundo”.

Ya no volvió a ser el que fue… aunque siguió su intenso diálogo con sus instrumentos, pero sin conexión con el mundo exterior… Para decirlo con una frase hecha, se transformó en una sombra de lo que había sido su personalidad, extrovertido, jocoso, risueño…

Encontró refugio en el Teatro Español, donde se lo podía ver por las noches de funciones, ocupando una butaca en el fondo de la sala o parado detrás de los pesados cortinados, como asistiendo de incógnito a esas expresiones artísticas que todavía le llenaban el alma, pese a que su relación con el exterior era casi nula.

De la misma generación, de la misma edad, amigados en el arte y en la calle, en las noches de la Santa Rosa de entonces, tuvimos con Jorge una relación cercana y cariñosa que posibilitó algunas de sus presentaciones en Pico. Nos conocimos mucho bah. Cuando con Ali descubrimos que era él ese cuasi “fantasma del Español”, no nos animamos a acercarnos, más que nada para no perturbarlo, ignorantes de su estado emocional.

Pero como nuestras idas al Español se repetían bastante seguido, uno de esos días –con la familiaridad con la que siempre nos manejamos en ese templo del teatro pampeano-, abrí la puerta de la administración y allí, de frente, mirándome, me lo choqué. “Hola Jorge –atiné a saludar-. “Hola”, me respondió. Y como un chico descubierto en falta, sin pensarlo siquiera le pregunté: “Sabés quien soy?”… “Claro Alberto, cómo no voy a saber!”, con lo que me sentí el bobo más bobo pero apenas por unos segundos, porque me empezó a hablar de cosas compartidas como si hubieran ocurrido apenas unos días atrás.

Aunque es claro que como bien dice Mario Lóriga, al dar cuenta del fallecimiento de Jorge en Facebook, “ahora serás leyenda y todos dirán que fueron tus amigos”.

Nadie sabía que se encontraba enfermo. Le habían diagnosticado un cáncer de garganta y en la mañana del jueves lo internaron en el Hospital Evita de Santa Rosa. De esa circunstancia dio cuenta Lóriga por la mañana. Apenas unas horas después, a las 17:30, se produjo su deceso. Ahora sí se fue del todo un grande de la música de La Pampa.

Alberto Callaqueo