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  SÁBADO 24/05/2025
Murió el gran fotógrafo brasileño Sebastião Salgado
“Descubrí la fotografía por casualidad. Por primera vez miré a través de una lente, y la fotografía de inmediato comenzó a invadir mi vida”, dijo en una entrevista.

Un fragmento de la historia de la fotografía ha muerto este viernes con Sebastião Salgado, el gran artista brasileño de la cámara de fotos a quien Win Wenders perfiló en el documental ‘La sal de la tierra’. Allí, el fotógrafo reflexiona desde un cerro frente a un paisaje que, a simple vista, no tendría algo muy especial. Y declama: “Podemos poner a muchos fotógrafos en un mismo sitio; siempre sacarán fotografías muy diferentes, cada uno tiene su manera de ver, cada uno en función de su historia”.

En el recorte, en la composición y los juegos de luz que ese sujeto decida antes de hacer “clic”, se creará una foto documental o artística. El rasgo más propio de la obra de Salgado era que lograba las dos cosas a la vez, como nadie. Incluso encontraba y recortaba la belleza en el horror de la guerra, la pobreza y la explotación del hombre.

En el siglo XIX la fotografía fue científico-documental, de retratos burgueses y de paisajes exóticos: un espejo “objetivo” de la realidad. Pero en el siglo XX devino en medio de expresión de la subjetividad artística y de la crítica política. Y Salgado fue las dos cosas a la vez, alcanzando una cumbre imposible para otros.

Con la muerte de Robert Frank en 2019 y ahora el monumental Salgado, se termina -a destiempo- el siglo XX en la fotografía. El siglo XXI, acaso sea el de la selfie.

El comienzo del mito

Había nacido en 1944 en Minas Gerais, hijo de un terrateniente. Nada en sus primeros años perfilaba su destino legendario: se graduó en Economía, se casó con Lelia Deluiz Wanick y se mudaron a San Pablo: trabajó en el Ministerio de Finanzas en 1968, y terminó exiliado en París por oponerse a la dictadura.

“Descubrí la fotografía por casualidad. Mi esposa es arquitecta, cuando éramos jóvenes y vivíamos en París, se compró una cámara para tomar fotos de edificios. Por primera vez miré a través de una lente, y la fotografía de inmediato comenzó a invadir mi vida”, dijo en una entrevista.

Salgado -un perfecto autodidacta- explicó así su evolución: “En Brasil había estado muy metido en temas sociales, y estábamos en una época de militancia política. Además, llegamos a estudiar a Francia después de 1968. Todo era activismo, militancia y temas sociales. Convertirme en fotógrafo social y documental fue una evolución natural para mí”.

La pareja se mudó a Londres, y el economista comenzó a viajar a África enviado por el Banco Mundial. Y en sus tiempos libres tomaba fotos: “la fotografía me daba más placer que los informes que debía hacer. Así que un día me metí con Lelia en un barquito de un estanque en Hyde Park, y lo discutimos durante horas. Tenía una invitación para ser profesor en la Universidad de San Pablo, y otra para trabajar en Washington en el Banco Mundial”.

Las rechazó por la fotografía. Vendieron todo lo que tenían para comprar equipos fotográficos, y empezó a hacer desde bodas hasta toda clase de dramas sociales, como refugiados, la explotación de trabajadores en minas de oro, el hambre en Etiopía, pozos petroleros en llamas por la Guerra del Golfo, el genocidio en Ruanda en 1994 y la crueldad del capitalismo.

En 1974 colaboró con la Agencia Sygma haciendo relatos fotográficos en Portugal, Mozambique y Angola: otro rasgo de Salgado es que narraba procesos complejos, y no se detenía hasta contar una historia completa en una serie de fotos que le insumían años de trabajo, hasta lograr la síntesis perfecta. En promedio, sus grandes proyectos tardaron siete años cada uno.

En una entrevista recordó su producción de la serie ‘Trabajadores’, donde se metía en los túneles de las minas: “me acompañaba alguien de la empresa de construcción británica; tras pasar dos días conmigo me dijo: ‘Sebastião, verte trabajar es como contemplar cómo crece la hierba’”.

Amazonas images

Continuó su carrera en la Agencia Gamma, retratando Latinoamérica, África y Europa. En 1979 entró a Magnum Photos -algo así como Maradona llegando al Barcelona F.C.- que igual le quedó chica y fundó su propia agencia, Amazonas Images, de la cual sería el único fotógrafo.

Así como el racionalismo en la arquitectura pintaba sus obras de blanco para que la forma hable sola, Salgado aplicó una lógica parecida: en un siglo XX que fue el de la estridencia de la foto a color, optó por la expresividad sutil y descarnada del blanco y negro.

Las minas de Sierra Pelada

Y se autodefinió así a partir de su experiencia en las minas de Sierra Pelada en Brasil: “Un fotógrafo es literalmente alguien que dibuja con la luz, alguien que escribe y reescribe el mundo con luces y sombras. Cuando llegué al borde de ese inmenso agujero, vi pasar ante mí en fracciones de segundo la historia de la humanidad, la historia de la construcción de las pirámides, la torre de Babel, las minas del rey Salomón”.

El primer ensayo fotográfico en forma de libro lo publicó en 1986: Otras Américas. Siguió con las 300 fotos del libro Trabajadores, donde muestra la explotación humana en diferentes lugares del mundo. Allí, el trabajo adquiere un tono épico y dramático, de suma cercanía y empatía con los sujetos.

Salgado planteaba que el fotógrafo “tiene que meterse a fondo en sociología, antropología, economía, política y geopolítica, para entender el marco en el que trabaja. Tiene que formarse una idea de la sociedad en general y del planeta en el que vivimos”.

El fotógrafo arrancó el siglo XXI con dos series: una es Los niños y la otra, Migraciones.

Críticas

En el desierto del Sahel, en el norte de África, Salgado retrató personas muriendo de hambre, con suma crudeza. También la pobreza en general, tratando de mostrar la dignidad de esas personas. Sus críticos le han achacado recurrir a un nivel estético muy alto, que le otorgaría un aire lírico a la crueldad y al sufrimiento.

Un crítico de Le Monde lo descalificó por hacer “voyeurismo sentimental”, y usar el sufrimiento para hacer arte como un coleccionista de miserias ajenas, convertida en objeto de contemplación artística: un “esteta de la miseria”.

Aducen que el sujeto de la foto pasaría a ser el artista y no el retratado. Para Ingrid Sischy, Salgado “ofrece un tratamiento estético a la tragedia, que es el modo más rápido para anestesiar los sentimientos… la belleza es una llamada a la contemplación, y no a la acción”.

Semejante planteo implicaría que ante el drama, al fotógrafo no le quedaría otro camino que apagar la cámara o apuntar hacia otro lado. Esta acusación la han recibido varios fotógrafos.

El antropólogo Claude Levi-Strauss saltó en defensa de Salgado, diciendo que esas críticas son un despropósito, afirmando a eso existe, pero no es el caso del braileño.

Eduardo Galeano lo comunicó mejor: “La caridad, vertical, humilla. La solidaridad, horizontal, ayuda. Salgado fotografía desde dentro, en solidaridad”.

Y Salgado se defendió a sí mismo: “Los fotógrafos son comúnmente acusados de querer protagonizar, colocarse en evidencia, pero son testigos; muchas veces, los únicos testigos en el local. Esos dramas, queramos o no, son el espejo de la sociedad, y los fotógrafos llevan ese espejo a todos lados”.

El artista brasileño siempre fue una persona politizada e inconformista. Usó su cámara para denunciar -de la mejor manera en que pudo- y también actuó en el terreno concreto: “He trabajado con varias organizaciones benéficas durante años. Cuando hice mi primer reportaje en Nigeria, trabajaba con la organización francés Comité Catolique contre la Faim et pour le Développement. También he trabajado con Christian Aid en el Reino Unido, y con Médicos Sin Fronteras en Francia. Pasé dieciocho meses en África con Médicos Sin Fronteras, y se convirtió en mi vida. Llegamos al acuerdo con Magnum de que un porcentaje de las ventas de cada foto iría a la organización. Soy también embajador de buena voluntad de UNICEF, y he trabajado mucho con ellos. Hace poco he hecho un libro con UNICEF y con la Organización Mundial de la Salud sobre el esfuerzo para erradicar la polio”.

Salgado nunca se dejó atrapar por falsos dilemas, más cercanos a la necedad que a la argumentación lógica: “Nunca me he puesto en el dilema moral de hacer o no una fotografía como ‘¿Tengo el derecho de fotografiar cuando tengo la muerte frente a mí, y el sufrimiento está delante de mí?’ Nunca me hago estas preguntas, porque ya me formulé las interrogantes fundamentales antes de llegar ahí. ¿Tenemos el derecho a la división de recursos que hay en el mundo? ¿Tengo el derecho a tener la casa que tengo, a vivir donde vivo? ¿Tengo el derecho a comer cuando otros no comen? Estas son las preguntas sustanciales.”

Para este fotógrafo, de lo que se trata es de plantear preguntas, “mostrar y provocar el debate”.

Luego de fotografiar cómo tutsis y hutus se descuartizaban a sí mismos a machetazos en Ruanda, Salgado tocó fondo: “No creía en nada. No creía en la salvación de la especie humana. No podíamos sobrevivir a tal cosa. No merecíamos vivir más. Nadie merecía vivir. ¿Cuántas veces tiré al suelo la cámara para llorar por lo que veía?”. Justamente, lo que buscaba era romper la amnesia y la indiferencia colectiva del mundo.

Al final de su vida volvió al origen, a la tierra replantada de un campo abandonado y depredado que le quedó de su padre, y produjo Génesis.

Para ello viajó por 32 países develando, por ejemplo, la belleza sublime de la garra de un reptil en súper primer plano: “Nuestra misión era tratar de localizar los paisajes terrestres y marinos, los animales y las antiguas comunidades que han escapado del largo, y a menudo destructivo, brazo del hombre moderno”.

Descubrió que medio planeta aún permanece con su naturaleza casi virgen, y decidió hacer “una oda visual a la majestuosidad y fragilidad de la Tierra. Aunque es también un advertencia, eso espero, de todo lo que corremos el riesgo de perder”.

El derivado de lo anterior fue el proyecto Amazonia: se internó en la selva buscando la intimidad y la belleza de los pueblos originarios que supieron respetar su tierra.

Lula y la muerte de Salgado

Al presidente de Brasil, Luiz Ignacio Lula da Silva, la noticia lo sorprendió en un acto público con el presidente de Angola, y no pudo seguir el protocolo. Lo despidió vidrioso y desconsolado, en nombre de millones en el mundo: “Recibimos una noticia muy triste, la muerte de nuestro compañero Sebastião Salgado, si no el más grande, uno de los más grandes y mejores fotógrafos que el mundo ha dado”.

Un rato más tarde, un comunicado oficial completó lo que Lula no pudo terminar de decir por la conmoción: “Su inconformismo con el hecho de que el mundo sea tan desigual, y su talento obstinado en retratar la realidad de los oprimidos, sirvieron siempre como una alerta para la conciencia de toda la humanidad. Salgado no sólo usaba sus ojos y su cámara para retratar a las personas: usaba también la plenitud de su alma y su corazón”.

(P12)

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