Nos gusta recordar que a los escribas nos comprenden las generales de la ley. Tenemos el cuero curtido de escribir sobre dramas y tragedias, pero cuando nos toca despedir a gente amiga, muy cercana, se acaban los libretos y la dureza.

Porque Fernando Baretto era eso: un amigo con el que nos conocimos “haciendo lo que más nos gusta y que mejor hacemos” con el que fuimos acercándonos de sólo discutir conceptos teatrales bastante opuestos si querés…, pero con absoluto respeto por el laburo del otro.

Es increíble que esta pandemia se lleve a la gente de esta manera. Hace diez días seguíamos intercambiando mensajes de texto y de voz por WhatsApp, él convencido de que iba a superar su contagio de Covid.

Ese último contacto lo iniciamos cuando avisó que la pandemia se había llevado a su madre. Estaba en Toay todavía pero luego debió ser internado en Santa Rosa, en el Cear, donde su salud se fue resintiendo hasta que falleció alrededor de las 17 de este martes.

Inconformista, obsesivo, meticuloso en el tramado de sus puestas, Baretto se caracterizó por encontrar una estética propia, por profundizar en un teatro cien por ciento Baretto, desde los textos, la encarnadura de los personajes, su vocalización y hasta la puntillosa ubicación del más alejado de los reflectores.

No era el suyo un teatro de “lectura rápida”. Fernando siempre trabajó muy fuerte la imagen y a ese portento de la escena le sumaba lo que quería comunicar. Porque está claro que en teatro no siempre la palabra es lineal. Y él hizo de eso su sello más distintivo.

Tuvo sus inicios desde muy joven en las “tripas” del Teatro Nacional Cervantes, donde trabajó unos años hasta que se radicó en Santa Rosa, donde se asoció a la maravillosa impronta que por entonces marcaba Pedro Di Nardo -otro entrañable compañero de las tablas que se fue temprano-, que lo cobijó y admiró y con el que realizó sus primeras puestas santarroseñas.

En los últimos tiempos, Fernando también se dedicó a la enseñanza teatral y en algo coincidieron siempre las difíciles voces de las y los integrantes del colectivo teatral: podían gustar o no sus puestas, pero nadie jamás pudo criticar su talento de pedagogo.

En General Pico estuvo en abril de este año, para dictar un taller y ofrecer en “Ruido y Nueces” uno de sus últimos trabajos, “Monoambiente”, que protagonizan Rosario Torres y Magalí Gigena.

El pasado 27 de junio, Fernando despidió a su madre con una tremenda carta que publicó en su Facebook.

“Te fuiste de gira con las botas puesta Mamy. Cómo no podría ser de otra manera”, escribió en su muro y describió las características de su madre, reconociéndose al fin en el genio y las obsesiones que uno hereda de sus padres, sin saberlo, hasta que puede hacerlo consciente.

“Sí alguien siempre estuvo orgullosa de mi actividad teatral siempre fuiste vos”, le escribió, narrando que jamás olvidaría su devolución y con una respuesta que es, al fin, toda una revelación de su arte:
“-Por qué no escribís para que la gente entienda Fer?”.
-“Porque siempre escribí para tratar de entender yo esas voces que nos habitan a ambos Ma”.

El mejor de los viajes, amigo. Y que el cielo del teatro tenga una salita que te deje al menos, despuntar el vicio acuñado con tanta pasión en este paso terrenal.

Alberto Callaqueo