Todo el mundo sabe que nuestro país ha atravesado una de las peores sequías de las que se tenga memoria. El gobierno nacional la ha incluido dentro de las excusas de su desastroso desempeño económico, los economistas han analizado hasta el cansancio los perjuicios a la economía del país, y opinadores de todo tipo, clase y color se han dado el gusto de hablar sobre el tema.
Llama la atención la cantidad de inexactitudes que se escuchan y se leen, y que reflejan el tremendo desconocimiento de la mayoría de estos comentaristas. Desde calificar al maíz como una oleaginosa, hasta la presentación de datos muchas veces incorrectos, parece que todo vale en una suerte de confusión mayúscula.
Comencemos por decir que en lo que se refiere a la producción agrícola, no se habla de años calendarios si no de campañas. Así, la campaña 2022/2023 que aún no finalizó, incluye el trigo y la cebada cosechados en diciembre 2022 con resultados muy malos, el girasol en Marzo 23 con rindes por debajo de los promedios, la soja en Abril-Mayo 23 con rendimientos desastrosos, y el maíz, cuya cosecha aún no finaliza, pero que terminará siendo muy mala. Por su importancia en el complejo agroexportador, la desastrosa cosecha de soja es la que más impacta en los números finales.
En segundo lugar, hay que destacar que toda la atención se ha focalizado en los dólares que no entrarán al país, y en la gran caída de la recaudación del estado nacional por las mal llamadas retenciones. A muy pocos parece preocuparles la crítica situación en la que quedan los productores agropecuarios, que son los que pusieron su capital y perdieron gran parte de él.
En un país sin inversiones, todos los años los productores agropecuarios invierten miles de millones en la próxima cosecha. Invierten buena parte de su capital, sabiendo que habrá años buenos (en los que los muchos hablarán de ganancias extraordinarias), años regulares (en los que saldrán más o menos empatados), y años malos (en los que probablemente tengan pérdidas). Eso es así, es parte del juego y del riesgo empresario. Pero lo que ha pasado esta vez, y que pocos mencionan, es que la campaña 22/23 transcurrió bajo el 3er evento Niña consecutivo, lo cual terminó siendo catastrófico y del todo improbable. Gran parte del capital de trabajo se ha perdido. En un país desfinanciado, y con un gobierno desesperado para que el productor venda los pocos granos que guarda para hacer frente a gastos futuros, difícilmente consiga créditos razonables para hacer frente a la campaña 23/24.
Tal vez el único saldo positivo de esta situación sea que los eternos detractores del sector agropecuario no tengan más remedio que reconocer, de una vez por todas, su importancia crucial para el país como proveedor de divisas y recursos impositivos. Por otra parte, la ciudadanía debería estar bastante preocupada. En el imaginario del argentino promedio, el sector agropecuario tiene la obligación de subsidiar a todo el mundo, desde sectores industriales ineficientes y prebendarios, a los sectores más desposeídos. En la perinola de la economía argentina siempre cae que el que pone es el sector agropecuario. Pero resulta que Argentina fue en su momento el primer exportador de aceite y harina de soja, de biodiesel, de aceite de girasol, y un importante jugador en el comercio de carnes. Hoy, gracias a las desastrosas políticas económicas, ya no somos nada de todo eso,y de a poco vamos perdiendo importancia en el concierto económico mundial.
En resumen, la torta se va achicando, y por lo tanto las porciones se hacen cada vez más chicas. Y mientras tanto, la nueva oligarquía argentina integrada por políticos, sindicalistas, empresarios amigos y una banda de pseudo intelectuales progres colgados de las tetas del estado, se siguen sirviendo abundantes porciones, dejando a buena parte de la ciudadanía en la más absoluta indigencia.
No todo está perdido. Si bien debilitadas, el país aún conserva la estructura básica y la calidad humana necesarias para producir una revolución productiva en el sector agropecuario. Bastará con mirar a nuestros vecinos Brasil, Uruguay o Paraguay, y copiar las fórmulas con las que han logrado un fabuloso crecimiento de su sector agroindustrial. La fórmula es sencilla, bastará con poner un poco de empeño en entender la realidad del sector agropecuario, y no seguir repitiendo como loros el mismo relato que nos han impuesto los que llevaron al país a su actual estado de postración. Y en esto, como siempre, el periodismo cumplirá una función indispensable en un sistema democrático.