La explosión de violencia ciudadana transformó la famosa avenida de los Campos Elíseos. Lejos de su habitual glamour, los parisinos arrancaron y tiraron adoquines y chocaron contra la policía que usó cañones de agua y gases lacrimógenos.
La protesta va en crecimiento y la policía lucha infructuosamente por contener la ira de los franceses, que ha crecido con el correr de las horas y suma cada vez a más manifestantes, que se hacen llamar “chalecos amarillos” porque van vestidos con los chalecos fluorescentes que todos los conductores franceses deben llevar por ley en sus autos por si ocurre un accidente.
La protesta comenzó como una campaña contra el aumento de los precios del gas y de la nafta, que ha encarecido el costo de vida y se ha transformado en una manifestación contra el gobierno de Macron en las últimas semanas que se ha extendido por todo el país.
La subida arancelaria forma parte de la estrategia de Macron para aliviar la dependencia del país de los combustibles. Pero muchos franceses lo ven como emblemático de una presidencia que consideran desconectada con las dificultades económicas de la población.
El presidente Macron se dirigió al país, pero en lugar de apaciguar los ánimos, dijo que mantendrá el incremento impositivo en favor de una transición energética.
Frente al recrudecimiento de la violencia callejera, Macron anunció que abrirá una instancia de diálogo.