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  MIÉRCOLES 04/07/2018
A la memoria de un muerto ilustre
OSCAR FERRARIS (*)
El 3 de Julio de 1933 falleció el Dr. Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen. El primer Presidente elegido, en 1916, por el voto popular, obligatorio y secreto de los ciudadanos masculinos establecido por la Ley Sáenz Peña de 1912.

Ley que fue una de las luchas de Yrigoyen en pro de la democracia. Sostenía que el “voto iguala, legitima, solidariza y pone a todos los ciudadanos en igualdad de condiciones”.

Finalizado su mandato en 1922 lo sucedió su correligionario, el Dr. Marcelo T. de Alvear. En 1928 cuando Alvear cumplió su mandato, vuelve Yrigoyen a la Presidencia, elegido nuevamente por el voto popular y a dos años de haber asumido, un grupo de trasnochados militares lo derrocó usurpando el gobierno sin importarles el daño que le hacían a las instituciones democráticas argentinas.

Los militares golpistas incluían entre sus sostenedores a sectores intelectuales conservadores y eclesiásticos que admiraban a Charles Maurras y Benito Mussolini, impulsores de ideologías nuevas, antiliberales, defensores del orden a cualquier precio, control desde el estado al avance de reclamos obreros quienes debían aceptar lo que el conductor les ofrecía, freno al comunismo y crecimiento económico sin importar el costo, persiguiendo y acallando por cualquier método a quienes no aceptaran las disposiciones del “régimen”, nada de aceptar sistemas fundados en la libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa.

Comenzaron entonces 50 años de alternancia entre gobiernos democráticos y golpes militares que los interrumpían.

Los muertos ilustres de la grandeza como la de Dn. Hipólito siempre dejan su mensaje, enseñanzas, ejemplos de conducta ética y moral que, con el transcurso de los tiempos, los ciudadanos en general y los políticos en particular pareciera no creer que son necesarios para lograr las transformaciones que todos aspiramos a disfrutar.

Nacido en un hogar humilde, desde pequeño debió trabajar para ayudar a la economía familiar. Estas obligaciones no le impidieron estudiar completando sus estudios con el título de abogado, obtenido en la Universidad de Buenos Aires.

Estas vivencias con las necesidades y las paupérrimas situaciones que sufrían los trabajadores y especialmente sus hijos, lo impulsaron a que cuando fue designado Profesor de Historia Argentina, Instrucción Cívica y Filosofía en la Escuela Normal de Maestros, donara su sueldo al Hospital de Niños y al Asilo de Niños Desvalidos.

Cuando llegó a la Presidencia siguió con esa costumbre, entregando lo que percibía a la Sociedad de Beneficencia.

Fue productor agropecuario, alquilaba campos, engordaba hacienda, compró y vendió campos y todo el dinero que esta actividad le producía la ponía a disposición de la solidaridad, pagar campañas políticas y revoluciones.

En 1916 la Unión Cívica Radical le insistía para que aceptara la candidatura a Presidente a lo que se negaba permanentemente. Cuando la Convención Nacional del partido por unanimidad decide proclamarlo como candidato, no tuvo otra opción que aceptar la decisión de su partido, respetuoso como era del mismo y de las determinaciones tomadas dentro de un sistema democrático.

Ganó las elecciones en la época que al Presidente lo elegía el Colegio Electoral y por disidencias que tenía con los electores partidarios de Santa Fe, estos no lo querían votar y peligraba su candidatura. Se negó y prohibió cualquier tipo de negociación con el grupo discrepante sosteniendo “Que se pierdan mil gobiernos antes de vulnerar nuestros principios”.

Tal era la firmeza de sus convicciones.

Cuando definitivamente los santafecinos decidieron modificar su postura y votarlo, logró la cantidad de electores que hacían falta para ser proclamado Presidente.

Asumió y no eligió a los ministros entre sus amigos ni entre los más encumbrados de sus correligionarios. Sí pidió que lo acompañaran en su gestión, personas que conocían profundamente el cargo para el cual los proponía. Fue así que por primera vez en la historia las carteras militares las ocuparon civiles y no jefes de las Fuerzas Armadas.

La incipiente clase media, constituida en su mayoría por hijos de inmigrantes, accedió a la administración pública, al Poder Judicial y al profesorado universitario.

Se ocupó por afianzar la argentinidad, acentuar el americanismo y la neutralidad ante los conflictos de otros países afirmando que “Los Hombres son sagrados para los Hombres y los Pueblos son sagrados para los Pueblos”.

Finalizada la Primera Guerra Mundial, cuando los países vencedores impulsaban la creación la “Sociedad de las Naciones”, la delegación que envió lo hizo con un mandato preciso: Argentina contribuiría a superar la violencia y asentar la paz entre las naciones solamente si el conjunto de países participantes aceptaba no discriminar entre vencedores, vencidos y neutrales. Propuesta que fue rechazada por lo que ordenó a la delegación que se retirara y regresara inmediatamente al país.

Los estudiantes universitarios cordobeses agrupados en el “Movimiento Reformista” que reclamaban otra forma de enseñanza fueron apoyados por el Presidente hasta el logro de la “Reforma Universitaria” (en el año 1918, cumpliéndose hace pocos días su centenario). Colaboró con su implementación y dejó sentado su pensamiento en las primeras frases del manifiesto juvenil: “Estamos pisando una hora Americana”.

Nacionalizó la explotación petrolera e impulsó la industria de los hidrocarburos, construyó escuelas, aseguró los sistemas públicos de salud, contra el reclamo de muchos correligionarios y amigos sistemáticamente se negó a permitir el ingreso de personas en la administración pública. El era un ejemplo de austeridad y su gobierno debía demostrarlo.

Como todo hombre cometió errores en ejercicio de la función pública, que asumió bajo su total responsabilidad. Lo que no hizo en sus gobiernos fue culpar a gestiones anteriores, tomar decisiones que afectaran a los ciudadanos en general o comprometer con su accionar el futuro de la República y de los jóvenes.

De Hipólito Yrigoyen hasta nuestros días, hubo solo dos presidentes que decidieron continuar su visión de una Nación en crecimiento, respetando la libertad, la democracia, el progreso de los ciudadanos, haciéndolo con convicción, con ideas, con humildad y austeridad: Arturo H. Íllia y Raúl R. Alfonsín, que contaron permanentemente con el apoyo del partido conducido por Ricardo Balbín.

(*) Oscar Ricardo Ferraris
Presidente Delegación La Pampa del Instituto Nacional Yrigoyeneano

 

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