SÁBADO 20 de Abril
SÁBADO 20 de Abril // GENERAL PICO, LA PAMPA
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  LUNES 05/09/2016
El tipo y la resurrección
JUAN ZETA (Entrega n° 12)
Las ideas del tipo se arrastraban perezosamente, reptaban, se deslizaban torpemente por los laberintos de su asombro y de su temor.

El profundo abismo que implicaba no poder encontrarle la explicación a los sucesos abría sus fauces delante de él. Una manifestación de dudas le había cerrado el paso al razonamiento.

Y allí estaba el tipo, el que alguna vez se había escapado viajando sobre sueños idiotas; el que dejó de soñar.

El que ya no buscó más, el que se había quedado pensando en el ayer y nunca pudo volver desde ese remoto y nostálgico lugar. Ese era el precio que había tenido que pagar por no soñar.

El que estaba a punto de decir adiós. El tiempo acabó, el sueño se pinchó; el globo se voló. El que perdió tanto que ya no buscó más, el que no buscó más para no volver a perder más. Caminar otra vez por el aire sería sólo una cobarde excusa para caer al vacío.

El que se buscó en cada lugar equivocado, el que cada vez se alejó más, el que nunca más pudo o quiso encontrarse. El que ya no sabía vivir, sólo lastimarse.

El que no le permitió ni al viento, ni a la lluvia, ni a los recuerdos que le devuelvan lo perdido; el que se fue y ya no quiso regresar.

El que abriría la tierra para enterrarse, para internarse en el centro exacto del infierno. Su vivir era muy parecido al infierno.

El que no tiene nada que decir, nada que escribir, nada que esperar.

El que no la entendió a ella por haber posado sus ojos en él cuándo creyó estar para siempre solo en la vida. El que le teme a la vida, el que le teme a la muerte y a lo que está en el medio también.

El que no forma parte de los que creen y no saben por qué. El que ama a los locos y a los tristes. El que está sentado, quieto, paralizado, por el miedo del momento y por el despertar al anochecer.

En la botella que le había dado ella ya quedaba poco y nada, casi medio litro estaba terminando de entrar en el castigado cuerpo del tipo que seguía sentado con la cabeza y el estómago ardiendo.

El whisky lo adormeció por unos minutos. En sus ensoñaciones se filtró un lastimero quejido que como un falo lo penetró por completo y lo sacó del alcoholizado letargo.

La luz del cuarto del huésped estaba encendida, desde allí hizo un eco el quejido.

_ ¿Sos vos?, preguntó pensando que era ella.

La única respuesta fue otro quejido, igual de lastimero que el primero, idéntico al segundo. Surgido del mismo lugar, nacido en la habitación del huésped.

El tipo se levantó obnubilado, atontado. En el camino al cuarto trastabilló, ese medio litro de whisky de un saque fue demasiado para sus débiles piernas, para su endeble equilibrio. Se ayudó apoyándose en las paredes.

Parado bajo el marco de la puerta de entrada al cuarto del huésped notó, que salvo la luz encendida, todo estaba igual. Las cosas continuaban en su lugar, ordenadas bajo las reglas del desorden reinante.

Jesús seguía en posición de Cristo, el tipo seguía en posición de borracho observador.

Quiso apagar la luz pero no pudo, la llave subía y bajaba pero la luz seguía iluminando el cuarto. Desistió de la tarea y cuando volteó para ir a vomitar otro quejido lo golpeó en la nuca.

Giró su cuerpo pero se olvidó de acompañarlo con los pies, los tobillos crujieron espantosamente; perdió el equilibrio y entró de boca en la habitación. A los pies de la cama quedó tirado su orgullo, al lado del orgullo estaba el tipo.

El tipo por un lado, el orgullo por el otro y Jesús en la cama formaban una pequeña congregación.

_ ¿Quién es? ¿Quién se queja? ¿Qué mierda pasa?, preguntó en voz alta desde el piso bajo.

_ Me duele el cuello.

El tipo no había hablado, su orgullo tampoco.

_Cómo no te va a doler si hace dos mil años que estás con el cogote torcido, debés tener tortícolis, dijo el tipo en piloto automático.

El tipo se escuchó unos segundos más tarde de haber hablado, se aferró a los pies de la cama y espió por encima. Se encontró con dos pies con vendas teñidas de rojo en primer plano, le pareció ver que la frazada que cubría al Cristo subía y bajaba lentamente. Sacudió la cabeza, se refregó los ojos, se paró, fue hacia el baño y se lavó la cara con agua helada; sus manos seguían rojas.

Se miró al espejo roto, no vio la sombra de lo que había sido, no vio la sombra de la sombra, no vio las cicatrices, tampoco vio su locura allí reflejada. El tipo se habló.

“A ver querido, le acabás de contestar en forma normal a un muñeco de madera. Y eso no es normal, no está bien. Lo miraste y te pareció que respiraba. Es Jesús, sí. ¿Pero desde cuándo tenés ataques místicos? ¿Jesús te habla y lo único que te dice es que le duele el cuello? Es patético, vos sos patético. ¿Qué estás pensando? ¿Qué lo resucitaste al sacarle los clavos y vendarle las manos y las patas? No sos Pigmalión, no sos Yepetto, no sos el que te afanaste tampoco; sos un borracho hijo de puta que está delirando. Que sos un demente ya lo sabíamos. ¿A quién carajo se le puede ocurrir afanarse tamaña cruz con un ñato clavado? Pero todo tiene un límite y creo que es éste. No viste ni oíste nada, es tu delirio, es la resaca. ¿Estamos de acuerdo? Ahora salís de acá, dormís un rato y te olvidás de todo porque si no te sacan con un chaleco de fuerza. Me duele el cuello..., ¡Que estupidez! ¡Que pedazo de pedo te agarraste papá!”

Una risa encubridora le puso punto final al monólogo.

El tipo salió del baño con la cara mojada y con restos de una sonrisa en los labios. Pensó en el Cristo de la estampita que ya no estaba, pensó en el Cristo de su tía desaparecido, en el que ya no descansaba entre los pechos de ella. La sonrisa se esfumó.

El sonido del teléfono lo sobresaltó, no se acordaba como era eso de hablar por el aparato pero necesitaba despejarse, hablar con alguien aunque fuera número equivocado. Atendió al cuarto timbrazo.

_Hola.

_Hola, mi amor. ¿Dormías?, dijo la voz de ella.

_No. ¿Pasa algo?, preguntó el tipo.

_No me lo vas a creer, dijo ella. No sos el único loco que anda robando crucifijos, acá había dos, uno en la playa y otro en el quiosco. Ya no están.

_Ya sé, dijo el tipo con naturalidad. Y en su lugar quedaron unas manchas negras como de quemaduras. ¿No?

Se hizo un interminable silencio al otro lado del teléfono hasta que la voz temblorosa de ella se animó a balbucear.

_ ¿Fuiste vos también? ¿Cómo sabés de las marcas?

_ No fui yo, o tal vez sí. No sé. Algo raro está pasando...

_ Me estás preocupando, me estás asustando. Decime que está pasando, lo interrumpió ella.

_Todavía no puedo explicarte nada, no tengo las cosas muy claras. Es más, no las tengo nada claras. Sólo tengo una absurda teoría. Lo único que quiero es equivocarme pero hace rato que no me salen las cosas como quiero. Te pido un favor, cuando vengas traéme otra botella y algo para comer. Pero no te preocupes, una explicación le voy a encontrar a esto y después te la cuento. No puedo hablar más, te corto. Por favor no te olvides del whisky, de la comida si querés olvidate. Chau.

El tipo cortó la comunicación imaginando la cara que debía tener ella en ese momento.

El tipo tomó valor y entró a la habitación donde habitaba Jesús.

La manta estaba en el piso, las vendas estaban más manchadas. Jesús había cambiado de posición y ahora tenía los brazos pegados al cuerpo. Respiraba apenas, temblaba como una hoja. Estaba inconsciente.

_ ¡Mierda!, dijo el tipo. ¿Y ahora de qué me disfrazo?

Se acercó a la cama, lo vio temblar cada vez más, le corrió la venda de la frente y apoyó su mano; Jesús estaba hirviendo.

El tipo buscó la media botella de whisky y cargó con un par de frazadas de su habitación. Se sentó a su lado, lo arropó bien, lo tomó suavemente por el cuello que era lo único que seguía en su posición original y le dio a beber de la botella.

Jesús tragó, Jesús tosió, Jesús abrió los ojos.

Sus ojos vidriosos se encontraron con los ojos desorbitados del tipo; quiso decir algo pero su voz era inaudible.

_ Si me vas a decir que te duele el cuello ni lo hagas. Estás hecho mierda, tengo que hacer algo o te vas a morir de nuevo. Ya vengo, dijo el tipo con naturalidad contra natura.

_ Padre ¿por qué me abandonaste?, dijo Jesús en medio del delirio.

_Cagamos, dijo el tipo. ¿Tengo que escuchar estas cosas justamente yo? No sólo te abandonó tu padre, te abandonaron todos. Tus seguidores, los judíos, todos. Pero no te alarmes que por alguna estúpida sinrazón yo no te voy a abandonar.

El tipo salió a dar con una farmacia de turno y la encontró. El farmacéutico lo atendió a través de unas rejas. Las rejas igual le permitieron al tipo divisar una mancha negra con forma de cruz en la pared del fondo.

Volvió a su casa con vendas, gasas, agua oxigenada, desinfectante y aspirinas.

Jesús temblaba como una hoja acunada por un huracán.

El tipo salió de la cocina con una taza de té hirviendo y con un recipiente con agua helada.

Agregó un poco de whisky en el té y se lo dio a beber a Jesús junto con dos aspirinas. Jesús apenas podía tragar pero las aspirinas pasaron su garganta, la taza de té escocés también. El tipo lo cubrió con las mantas y le dio el calor con su cuerpo; los temblores cesaron.

Puso paños con agua helada en la frente del Cristo y sacando, fuera del cobijo de las mantas, un brazo primero, el otro después y por último los pies. Fue desinfectando cada una de las heridas.

Quitó las vendas empapadas, lavó las llagas con agua oxigenada, les puso bastante desinfectante y las volvió a cubrir con gasas y vendas blancas y limpias. Hizo lo mismo con las heridas provocadas en la frente por la corona de espinas y con el tajo en el pecho. El tipo hizo un trabajo delicado, piadoso y profesional. Una nueva taza de té calentó el cuerpo de Jesús que transpiraba mareas. La fiebre estaba cediendo.

El tipo no lo abandonó ni un segundo, en paciente vigilia estuvo a su lado fumando, arropándolo, observándolo, cuidándolo.

El tipo pensaba en Jesús. Lo pensaba como alguien que había soportado los delirios cuando parecían un delirio, como alguien que tuvo fe en la inspiración y en el entusiasmo. Como alguien que había querido viajar de todas las formas posibles, vivir de todas las maneras imaginables. Como alguien que quiso ser sol, usar todas las vestimentas, hablar todos los idiomas. Como alguien que anduvo por el mundo pagando el precio de los transgresores, de los que no se amoldan, de los rebeldes. Como alguien que había sido el blanco casi permanente del insulto, de la condena, del dedo que señala y acusa, de besos entregadores, del golpe, del calabozo. Víctima de su propia desorientación, buscador incansable de un mundo nuevo.

Como alguien que se hartó de hacer de Mesías y de profeta y quiso ser él mismo.

Sus pensamientos fueron amputados por una pregunta.

_ ¿Quién sos?, preguntó Jesús que volvía de la inconciencia.

_ Al parecer soy tu Dios, respondió el tipo.

Jesús, ahora, tenía un Dios.

El tipo no tenía Dios; yo tampoco.

El tipo empinó la botella otra vez, la levantó al aire como para brindar con el cosmos y le dijo a Jesús: “¡Levántate y anda!”

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