El lugar recibe miles de turistas al año y la mejor época para visitarla es entre mayo y octubre donde la temperatura es más cálida. Copacabana es famosa en todo el país por sus celebraciones religiosas, su patrimonio cultural y fiestas tradicionales.

Enfrente esta la Isla del Sol, su gran atractivo. Es la isla más grande y especial del lago ya que se considera que ahí se inició el imperio inca. En la época era un santuario con un templo con vírgenes dedicadas al dios Sol o Inti y de ahí su nombre. Se encuentran en todo su territorio varios sitios arqueológicos.

La mayor parte de la isla está poblada por indígenas de origen quechua y aymara, dedicados a la agricultura, el turismo, artesanía y el pastoreo. Los idiomas que hablan son el español y los ancestrales, como el quechua y aymara. En algunos lugares se conservan las terrazas escalonadas de cultivo de antiguos pobladores incas.

Cada mañana salen de la playa del centro de Copacabana barcos y lanchitas rumbo a la isla, el viaje dura aproximadamente una hora y media. Nos tomamos muy temprano, como nunca, uno de los barquitos. El viaje fue tranquilo, viendo como el sol se desperezaba para arrancar a alumbrar con más fuerza. Una vez en la isla pagamos una entrada de 10 soles (3 dólares) por persona. El lugar recibe muchísimo turismo diariamente, pienso que a veces a los pobladores no les gusta que así sea. El recibimiento no fue muy simpático.

Apenas llegamos un escenario de colores seguía latiendo como en toda Bolivia, las cholitas y sus atuendos, que me apasionan, haciendo sus trabajos de todos los días, llevando sobre sus espaldas siempre algo. Una escalera de piedra llega hasta muy alto mientras que a la par una pequeña acequia va corriendo con el sonido del agua apurada. Subimos todo a un tranco lento, observando cada cosa que pasaba a nuestro alrededor. A los pobladores no les gustan las fotos, por eso a veces se complica conseguir esos instantes mágicos. Un señor que en sus espaldas llevaba un atado inmenso de avena fresca para su burro nos preguntaba con una sonrisa de donde éramos.

Teníamos 5 horas para recorrer la isla, o mejor dicho, un pedacito de isla ya que solo se puede andar por el lado sur, hay conflictos entre los pobladores y no es posible cruzar al norte donde precisamente hay más ruinas incas. Nos conformamos solo con el sur, pero estuvo muy bien, caminamos mucho, fuimos a diferentes miradores, tuvimos unas vistas espectaculares de la isla y del lago, hicimos pic nic, leímos bajo un eucaliptus, dormimos una siestita y nos volvimos felices y contentos en el último barco que salía a las 3. Mirando como una cholita bordaba pacientemente aprovechando el tiempo de viaje.

En el pueblo de Copacabana hay una ceremonia muy curiosa, la Ch’alla de coches, es una costumbre, un bautismo, lo mismo que la bendición de la Virgen de Copacabana y de la Pachamama. Las familias viajan hasta alli para Ch’allar sus automóviles. En las puertas del santuario comienza el rito, mientras que una fila de coches espera la llegada del sacerdote que los regara con agua bendita en el interior y en el motor también. Se decoran los automóviles con ramos de flores y se rocían con vino, sidra o cerveza, se aromatizan con incienso y mirra, algunos les colocan un sombrerito de lado y también tiran petardos al finalizar la ceremonia, con una lluvia de arroz y pétalos de flores. Según la costumbre, al adquirir un auto, debe ser bendecido en Copacabana para tener prosperidad y protección de la Virgen Morena.

Cada día de la semana llegan muchos coches de diferentes lugares del país y de Perú, los domingos es el día más concurrido y por la gran cantidad de peregrinos las ceremonias duran hasta casi caída la tarde. Un momento muy pintoresco, hablamos con una familia que nos contaban lo siguiente, su hijo había comprado una especie de camionetita para transporte de personas y estaba toda la familia presente para ayudar con las buenas energías de un futuro próspero. Habían comprado todo lo que había para decorar el coche, no faltaba nada y tenían tanto entusiasmo, alegría y esperanza que me emociono escucharlos. También a cada automóvil que es bautizado se le elige un nombre. “Es como si fuese un hijo, nos decían…”

Nos encantó haber pasado varios días en este pueblito, encajonado entre los cerros y empapado por las aguas del lago. Tuvimos atardeceres hermosos, viajes en barco, amigos viajeros y Alma y Quintín vendieron muchas pulseritas, esas que hacen ellos para poder comprar sus libros y algún juguete. A 8 kilómetros de ahí, bordeando siempre el lago Titicaca está el paso fronterizo a Perú, un nuevo país empezaba a asomar…

Gracias por acompañarnos!!

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