Logré frenarlo un segundo a Algo pero mi madre quedó murmurando y ahí sí, la cosa se hizo irreversiblemente imparable.

_ No sé de qué se queja entre dientes postizos, habló Algo.

Mi madre siguió rumiando quejas, creo que se cantó 10 tangos en 3 minutos.

_ Está bien. Quéjese que yo aguanto todo. Encuéntreme todos los defectitos que quiera, yo me la banco estoico.  Hable de tiempos pedorros y pasados como cualquier mina que se precie de vieja histérica, yo me la fumo señora La Hoja...

_ Ya no es gracioso que me cambie el nombre por uno de yerba, interrumpió molesta mi madre.

_ Es gracioso si a usted le molesta y como le molesta todo ya pasó el delgado límite que la deja dentro de alguno de los dos peores grupos del género femenino.

_ ¡¿Qué grupos?!, preguntó y ya no pude hacer nada. Algo le iba a contestar.

_ Están las conchudas y las mal cogidas. Dos grupos nefastos para la humanidad.

Mi vieja no reaccionó enseguida y ahí me metí para no quedar pegada a Algo en ésta.

En realidad siempre trataba de despegar de sus afirmaciones aunque me parecieran acertadas. Instinto de supervivencia nomás. Pulsión de vida.

_ ¡Sos un machista y un ordinario!, lo enterré.

_ Si querés digo mujeres insoportables con conflictos existenciales y mujeres emocionalmente inestables, pero no sería tan gráfico, graficó Algo.

Mi madre seguía inmóvil, temí que fuese un ACV.

_ ¡No se puede hablar con vos!, seguí buscando diferenciarme de Algo.

_ Ok, copiado, no hablemos más. Seguí en la búsqueda del hombre indicado que no te avergüence , pero no lo busques muy lejos porque lamentablemente estás loca por mí. Me amaste a primera vista, me extrañás, me pensás, te da miedo verme porque te derretís , por lo tanto…¡Chan, chan! ¿A que no sabés quién es el hombre indicado?, le puso final de tango a su ego envidiablemente seguro, ese que me irrita más que un herpes.

_ ¿Vos? ¡Ja! No me hagas reír. ¡Ja!, jajaseé con ironía.

_ Ok, no me importa, se ofendió Algo.

_  ¿Cómo que no te importa?, me ofendí yo.

_ Seguí amándome a escondidas de tu cabeza, dijo el hijo de puta y me dejó suspirando.

_ A veces te daría tantos besos, me salió.

_ Eso no es amor, es lujuria.

Estábamos los dos riendo como tantas veces y mi madre se había esfumado en el medio de nuestro romanticismo.

Pero estaba ahí, agazapada desde hacía unos minutos como pajero serial de redes sociales.

_ De ninguna manera, querido.

Mi madre le había dicho querido a Algo; algo estaba fuera de los parámetros de normalidad en su relación.

_ ¿Y ahora qué le agarró?, preguntó confundido.

_ Me quedé pensando si entraba en alguno de los grupos que mencionaste, dijo sin confusión.

_ ¡Ay!, pensé.

_ ¿Entonces?, se entusiasmó Algo.

_ ¡Ay, ay!, repensé.

_ Las primeras no existirían si no hubiese tanto pito chico y las segundas tampoco si supieran usar la pavota esa que les cuelga...

_ ¡Mamá!, interrumpí asustada.

_ Es cierto, dijo Algo. Pero no las exime de culpas y seguimos sin saber si entra o no en esos grupos; es su palabra contra la de nadie.

_ Si viviera el padre de Mora te darías cuenta, la tenía gigante y encima me dejaba para terapia intensiva cuando íbamos a la cama, o a la cocina, o al living, o en colectivo...

Y ahí me bloqueé,  me paralicé y no dormí más hasta hoy. No paran de venir imágenes no deseadas a mi cabeza.

Imagínense a sus padres en bolas y dándose murra.

Después del punto final me voy a vomitar.