Alrededor el paisaje regala verde, sombra, palmeras y bananos, gente labrando la tierra con cebúes, casas simples, comida riquísima y muy barata. Y lo más importante para sentirse bienvenido…sonrisas. La frescura de su gente, curiosa y espontanea hace que uno se sienta muy a gusto en el instante que entra en este pedazo de tierra nuevo para el resto del mundo.

Hace pocos años abrió sus fronteras y su gente se está encontrando con los primeros turistas en las calles, solo unos pocos lugares están más preparados para los visitantes, el resto se sorprende al vernos.

La primera noche en Myanmar acampamos junto a los demás compañeros de viaje al lado de una cancha de futbol con muchos mosquitos, unas cervecitas bien frías (después de mucho tiempo) y una larga charla hasta la madrugada.

Al día siguiente bien temprano y muy puntual estaba el guía esperando para salir. Ese día fue como esos días que vienen cada tanto donde todo cuesta y terminan pasando las cosas que no pasaron en meses y meses.

Fue uno de los días más largos en kilómetros y un camino un poco complicado, debíamos cruzar unas montañas sobre una ruta que no estaba buena, serpenteada, y con subidas que eran muy rectas y elevadas.

La temperatura muy alta y un aire que parecía no correr. La “camio” calentó dos veces, debiendo parar por largo rato bajo un sol caliente. El viaje se hizo más largo de lo que imaginamos, llegamos de noche a un pueblito donde dormimos a orillas de la calle. De alguna brisa loca que pueda entrar por la ventana ni noticias.

La simpatía de la gente alegra y se agradece que así sea, todo se disfruta más cuando se recibe tanta amabilidad todo el tiempo y se nota que sale del corazón.

Una de las cosas que llaman muchísimo la atención apenas uno entra a Myanmar es que hombres y mujeres llevan la cara pintada de un color amarillento. La curiosidad es enorme cuando uno ve que casi toda la gente anda de la misma manera, en el campo y en la ciudad, en las oficinas, en los negocios, en cualquier rubro, todos y todas.

En una parada que hicimos para comer preguntamos de qué se trataba. Curiosamente es el maquillaje birmano, es lo que usan para embellecerse y aparte protege del sol y cuida la piel.

En ese momento el señor del pequeño restaurante donde estábamos nos invitó a su casa que estaba construida encima de pilotes y con amplias ventanas donde la luz del sol entraba con todas sus fuerzas. Un lugar muy fresco. En un rincón había una piedra tipo de afilar en forma de disco grueso apoyada en el suelo, un espejo y un pedazo de tronquito.

Ahí estaba el secreto de lo que hasta ahora había sido lo que tanto nos llamaba la atención. Coloco un poco de agua sobre la piedra, froto con fuerzas el tronco que comenzó a desprender una tintura de color amarillenta, nos hizo sentar en el suelo y con sus dedos empezó a maquillarnos la cara.

Cada mañana antes de salir de casa cada uno de la familia pasa por ese rinconcito y hace el ritual del maquillaje tan característico de los birmanos, se llama Thanaka y es extraído del árbol que lleva el mismo nombre y puedo asegurar que fue una de las cosas más hermosas de ese país. Me pareció de lo más característico del lugar, es una práctica con más de dos mil años de antigüedad que en el pasado representaba la pureza y la nobleza de la persona.

La vestimenta es muy simple, las mujeres visten camisas generalmente cuadriculadas y largas faldas rectas al igual que los hombres y sombreros en forma de cono para protegerse del sol.

Dos dias en Mandalay

Otra de las paradas donde nos quedamos para pasar un par de días fue Mandalay, segunda ciudad más grande y antigua capital de Myanmar con casi un millón de habitantes. Acampamos junto con los compañeros de viaje al lado de un bonito lago artificial rodeado de templos increíbles.

Enseguida una nena se acercó a jugar con Quintín y Alma, ella vivía en frente, al rato los invito a su casa y volvieron con la tintura de la Thanaka en su cara. Por las noches salieron charlas alrededor del fuego compartiendo además con gente del lugar que se acercaba para ver qué pasaba quedándose a charlar un rato, entre ellos también un monje budista que venía desde Bangkok.

La ciudad de Mandalay es muy bonita, aunque repleta de motos. Tiene el palacio y muy cerquita de allí un mercado local enorme y atrayente por su gente y por todo lo que ofrece, ropa típica, artesanías y comida deliciosa y muy barata (una de las más ricas que he probado).

Frutas exóticas y dulces característicos a base de coco. Paseamos por templos budistas durante el día y también por las noches donde sus luces y todo su resplandor parecen aún mayores. Varias personas se acercaron para sacarse una foto con nosotros, y el que coordinaba el grupo nos contó que venían del interior y que nunca habían visto a alguien de otro país.

Bagan: El lugar de los mil templos

Desde Mandalay y recorriendo 145 kilómetros llegamos a Bagan, un pueblo de 5000 habitantes con uno de los paisajes más hermosos e impactantes que hemos conocido.

En un radio de unos 42 km2 se construyeron más de 4000 templos y pagodas budistas a lo largo de dos siglos. Muchos han desaparecido y otros se encuentran en ruinas pero mismo así no deja de sorprender semejante paisaje.

Es un lugar poco conocido que de a poco comienza a recibir turismo de diferentes lugares del mundo. Aquí hicimos con todo el equipo de viajeros una parada de dos días completos, recorrimos el lugar, sacamos algunas fotos y aprovechamos sobre todo a ponernos al día con la casita, lavar ropa, reparar algunas cosas y seguir compartiendo las noches con los compañeros de ruta. Y rodeados de un paisaje lleno de misterio e impresionantemente bello.

Gracias por acompañarnos!!

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Hasta el próximo capítulo!!!