_ ¿No sabés que el alcohol fija las grasas?

_ No importa, después me hago una lipo y listo.

_ Claro, y el boludo la paga.

_ Por eso es mejor que nos divorciemos así no te sentís más un boludo, cantó retruco Mercedes

_ No me rompas las pelotas con ese tema; me voy a acostar.

Jacobo, que había ganado algún tiempo, subió las escaleras rumbo a la habitación.

_ No importa, después seguimos, dijo Mercedes mientras se servía su sexto vodka y se aprontaba para una visita prometedora al jardinero. Mercedes escupió el trago del jardinero adentro del vaso con vodka y se tomó el cóctel de un tirón.

El domingo pasó sin pena ni gloria, Jacobo cargó los palos y las pelotitas en la camioneta y se fue a jugar ocho hoyos de golf. Mercedes jugó con las pelotitas del chofer que hizo dos hoyos en uno.

Llegó la noche y todo seguía normal.

_ Jacobo, tenemos que seguir conversando, rompió el hielo Mercedes desde las sábanas que acababan de taparlos.

_ ¿Sobre qué?, respondió Jacobo con falsa inocencia.

_ Sobre lo que sabés; quiero el divorcio.

_ ¡Otra vez con esta pelotudez!

_ ¡Es en serio!, sentenció Mercedes con voz férrea.

_ No te lo voy a dar. Olvidáte de una vez por todas del tema. No-te-lo-voy-a-dar. ¿Entendiste ahora?, contraatacó Jacobo.

_ Mirá Jacobo, se puede hacer por el lado fácil o por el difícil. Vos elegís.

_ ¿Y cuál sería el difícil?

_ Un juicio. No quiero revolver tu mierda. Sólo el divorcio y la mitad de todos los bienes.

_ ¡Estás loca si pensás que te voy a dar la mitad de todo! Yo me rompí el culo para tenerlo mientras vos te hacías tetas nuevas y vaciabas botellas de alcohol y los huevos del jardinero, el chofer y el cocinero.

_ Estas tetas vos las disfrutaste, dijo Mercedes agarrándose las pulpito.

_ Sólo las pagué. Si cada uno que te agarró una teta pagara su parte nos hubiera salido diez centavos a cada uno.

_ ¡Hijo de puta!

_ ¡Puta vieja!

Jacobo se levantó de la cama, se cambió, se subió a la camioneta, se fue un bar de putas, se emborrachó y se llevó a la puta más linda y más cara del lugar. Nada raro a no ser por un pequeño detalle: no fueron ni a un departamento ni a un hotel; Jacobo la llevó a su casa. Los dos subieron las escaleras y se acostaron en la cama matrimonial, al lado de Mercedes que ya dormía, y allí mismo se pusieron a desenvolverse.

Mercedes, a pesar de haber tomado una dosis extra de pastillas para dormir, se despertó a causa de los gemidos exagerados de su esposo y lo vio montado encima de una mujer

veinte años menos que ella y con total ausencia de plástico en su cuerpo. Le envidió todo menos a su marido.

_ ¡Sos un hijo de puta, un hijo de re mil puta!, dijo Mercedes que salió disparada de la cama dispuesta a tomarse todo lo que hubiese en el bar.

Al rato, mientras Mercedes estaba sentada con un vaso lleno en la mano, bajó Jacobo con la chica y la acompañó a tomar un taxi. Le pagó mucha plata delante de Mercedes y asquerosamente la besó.

_ Buenas noches, dijo, con voz apenas audible, la chica.

_ Andáte a la mierda de mi casa. ¡Puta!, respondió a la amabilidad, Mercedes.

Jacobo tomó el culo de la chica, la chica tomó su taxi y Mercedes tomó su gin y la palabra.

_ Es lo único que te faltaba, traer una puta a casa y meterla en nuestra propia cama, dijo indignada.

_ En nuestra cama todas las noches duerme una puta, respondió Jacobo, satisfecho.

La frase todavía hacía eco en el ambiente cuando un vaso voló por el aire y golpeó a Jacobo en la frente, abriéndole una herida sobre la ceja izquierda. Comenzó a brotar mucha sangre, Jacobo intentaba, en vano, parar la hemorragia haciendo presión con un pañuelo. Mercedes festejaba su puntería.

Jacobo partió con la cabeza partida hacia una clínica y regresó con cinco puntos de sutura y el ojo que se estaba poniendo bordó. Buscó a Mercedes para recriminarle el crimen que había cometido pero la encontró durmiendo la quinta borrachera del día y se arrepintió. Fue hacia la cocina, abrió la heladera, agarró un cuchillo y cortó un trozo de queso; la actividad de la noche le había despertado el apetito. Cuando estaba comiendo tranquila y plácidamente, hizo su aparición por la puerta de la cocina, Mercedes.

_ No te maté, que pena. Que mala suerte la mía, dijo mirándole la ceja vendada.

_ ¿Así que querés el divorcio y la mitad de todo?, dijo Jacobo con la boca llena y en paz.

_ Sí. Veo que estás entendiendo. Decíme: ¿era necesario usar la fuerza para que comprendas?

_ ¿Así que entonces..., la mitad de todo para cada uno?, preguntó Jacobo.

_ Claro. ¿Estás de acuerdo o lo hacemos por la vía complicada?

Jacobo cortó otro pedazo de queso y pensó mientras lo comía. Sosteniendo el cuchillo en la mano, Jacobo sonrió por primera vez con el tema del divorcio. “Ok, como quieras. La mitad para cada uno.”, dijo con la boca llena.

Mercedes se infló de emoción al saberse vencedora, su ego estuvo más inflado que su cuerpo en ese instante.

_ Tomaste una excelente decisión, mi amor. ¿Me cortás un pedazo?; dijo Mercedes señalando el queso.

Las primeras luces del alba alumbraron los alaridos.

Las mucamas saltaron sobresaltadas de sus camas y corrieron a ver lo que sucedía. Cuando llegaron vieron salir a Jacobo de la cocina con el cuchillo en una mano. En la otra tenía una masa informe y gelatinosa bañada en sangre.

_ No se asusten, dijo al verlas. Acabamos de divorciarnos con la señora y las siliconas son bienes gananciales. Solamente tomé mi parte.

FIN