MIÉRCOLES 24 de Abril
MIÉRCOLES 24 de Abril // GENERAL PICO, LA PAMPA
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  MARTES 26/04/2016
Zircaos vuelta al mundo. Capítulo 41: Varanasi, India
Y llegamos a Varanasi, la ciudad sagrada. Según la tradición, todo hinduista debe visitarla al menos una vez en la vida. Es considerada una de las principales ciudades de peregrinación.

Este templo viviente, de distancias infinitas, donde a cada paso se siente la India profunda. Por un lado el caos total de la vida hindú y por el otro, llegando al rio Ganges, el ruido de la calle se convierte en silencio, en paso lento, en olores diferentes, en vida y muerte a la vez.

La energía del lugar es única y todo lo que lo llena y lo compone para hacerlo mágico solo puede sentirse, olerse, vivirse allí.  Una vez alguien escribió: “Varanasi es más antigua que la historia, más vieja que las leyendas”.

En el centro de la ciudad está la india bulliciosa, la misma, la que se encuentra en otros sitios, con sus mercados, sus calles abarrotadas de gente, bicicletas, coches, ricksaw, motos, bocinas, tuc tuc, veredas inexistentes, olores, ofertas de todo tipo de cosas, vacas y más gente, como si el mundo se hubiese concentrado solo en esa partecita, desconociendo que el planeta continuaba y que había una tierra entera para compartir.

Y siguiendo el camino al río, una vez que se pasa esa locura cotidiana, normal y simple para cualquier habitante del país de los mil dioses se entra en otra dimensión.

Nos encontramos con los ghats, nombre que reciben las escaleras de piedra que descienden hasta el Ganges. Al amanecer, se puede ver a hombres y mujeres realizando sus baños purificadores de pecados en el río (a pesar de su alto grado de contaminación en ese trayecto del Ganges) y que a la vez rinden tributo al dios del Sol. Cada una de estas antiguas escalinatas, tiene un nombre y una función especial. Los ghats de Mani Karnika y Harischandra son los crematorios principales.

En total, la ciudad cuenta con más de 100 ghats. Y ahí están, al bajar las anchas escaleras un paisaje único, bello, místico, se abre ante nuestros ojos.

Habíamos estado en el mismo lugar 9 años atrás pero fue como volver a descubrirlo sintiéndonos atrapados una vez más por la magia de Varanasi.

Llegamos el Rio Ganges, el sagrado, el único, se veía oscuro, denso como siempre y con la neblina característica del lugar. Los sonidos y los olores que a la mirada del paisaje acompañan y que no podrían estar uno sin el otro. Los botes pequeños navegando mientras las gaviotas dibujan su vuelo alrededor.

Caminar y descubrir, esa es la consigna al llegar allí. Más vacas, cabras al sol, gente. De repente, ya que siempre aparecen inesperadamente, nos encontramos con los crematorios. Una hilera de cuerpos sin vida recostados en camillas de caña de bambú esperando para ser cremados. El paisaje cuesta cuando se lo ve por primera vez. Varias piras al aire libre ardiendo sin parar elevan las almas al más allá quedando simplemente un poco de cenizas de la vida que fue. Apoyados en una baranda o sentados en un banquito se puede observar muy tranquilamente la fina línea entre la vida y la muerte. De lo verdaderamente sencillo que es todo, de la simpleza de disfrutar que estamos vivos. Fue una interesante charla la que tuvimos con Alma y Quintín mientras observábamos cada paso de las ceremonias.

Según el hinduismo, todo aquel que muera en Varanasi (o a menos de sesenta kilómetros de la ciudad) queda liberado del ciclo de las reencarnaciones. Por eso mismo es el destino de enfermos y ancianos que quieren pasar sus últimos días en la ciudad santa. A lo largo del Ganges numerosas residencias albergan a los moribundos.

Los crematorios funcionan las 24 horas del día, cientos y cientos de cadáveres llegan para ser cremados y luego arrojados convertidos en cenizas al Rio Ganges. En las ceremonias solo participan los hombres, está prohibido para las mujeres. Llegan los cuerpos, que se los puede ver por las calles de la ciudad acarreados en los hombros por grupos de hombres en dirección al rio. La leña se compra y se pesa en grandes balanzas en negocios que están muy cerquita de las hogueras, es llevada a hombro hasta la orillas del rio y ahí se comienza a preparar el ritual, los familiares dan unas vueltas alrededor del difunto y lo mojan con el agua del rio. Para iniciar el fuego se coloca primero la mitad de la leña, el cuerpo y después la parte restante de la madera encima, aparte de inciensos y demás ofrendas. De los familiares, los más directos se afeitan la cabeza en un lugar ahí mismo, de lado, donde unos cuantos hombres se encargan del trabajo. Y se visten con una tela blanca (el color de luto). Dicen que no lloran cuando alguien muere porque así es la ley de la vida, sí lo hacen cuando es alguien joven quien fallece.

Cada cuerpo tarda aproximadamente unas 4 horas para consumirse. Y luego las cenizas se arrojan al Rio Sagrado. De esa forma, tan simplemente… el envase de la vida desaparece para siempre.

Mientras todo esto ocurre durante el día y la noche la vida alrededor transcurre normal y muy tranquilamente. A un costado alguien se está bañando, otros juegan cricket, algunas mujeres más allá lavan la ropa, otros hacen sus necesidades, los niños juegan al sol, las vacas se echan un baño, las cabritas se comen las flores que dejan las ceremonias y así va… la vida y la muerte juntas, en un mismo lugar, en un mismo momento.

Confieso que después de haber visto todo esto y quedarme por tiempos largos pensando con el paisaje de los muertos frente a mí, sentí que se resumían muchas cosas tranquilizando el alma para una muerte segura.

Pasear por Varanasi y perderse entre sus pasillitos del barrio viejo es precioso porque uno se encuentra con cosas inesperadas, detenidas en el tiempo. Un señor planchando ropa en la calle con plancha a carbón, otro cosiendo con su maquinita antigua, otro ofreciendo chai por el cual me senté en el umbral de una puerta a tomarme uno, calentito, rico, recién hecho. Las vacas compartiendo espacio con los humanos transeúntes mientras rebuscan en la basura algo que les mate el hambre.

Las vacas son sagradas, como tantos otros animales en India, ocupan un lugar importantísimo en su religión. Andan muy tranquilamente por todos los espacios, calles, autopistas, ciudades, veredas, hasta vimos una que vive durante el día dentro de un negocio de ropa, tirada en el medio del local, al preguntarles por el huésped los empleados nos contaron que a la mañana temprano antes de abrir la vaca está afuera esperando, entra, se pasa el día al fresquito y por la noche, a la hora de cerrar se vuelve a la calle.

India tiene esa magia que la hace única a pesar que hay días que se hace inentendible, que agota.

Una de las cosas cotidianas de la vida hindú es el desorden del inexplicable transito donde no existen semáforos, ni reglas, ni nada, suelen haber policías organizándolo (por llamarlo de alguna manera), y estos no llevan otra cosa más que un palo de madera que les dan con fuerza a los medios de transportes para que avancen, colectivos, tuc tuc, coches, motos y hasta a las personas que manejan bicicletas.

Sentimos que después de haber manejado por tantos lugares no nos queda ningún tipo de obstáculo por probar pasar, en muchas circunstancias no podemos creer de la manera que lo hemos hecho con nuestra casita, de corajudos nomas.  Hermosas e interesantes experiencias.

Pasamos una semana en Varanasi, contentos por haber encontrado un lugar tranquilo para poder estacionar (sabiendo lo difícil que es dar con uno). Hasta tuvimos la inmensa alegría de encontrarnos a dos viajeros de nuestra ciudad con los cuales compartimos hermosos momentos de charlas y fuimos invitados a un rico desayuno, aparte de recibir ese abrazo que se agradece tanto y más aun estando lejos de casa. Y como yapa para mi felicidad… medio kilito de yerba me dejaron!!!!

Volver a cada lugar después de tantos años y en familia, pudiendo hacer que Quintín y Alma vean y sientan la magia de otras religiones, otras culturas y costumbres no podríamos compararlo con nada en este mundo, es un evento único para nosotros, una felicidad que nos emociona.

Nueve años atrás le compré un collar muy simple a una señora que tenía un puestito cerca del río, no sé por qué, pero siempre lo sentí como uno de mis preferidos y nunca me olvidé de la cara de la mujer que me lo vendió. Esta vez, después de 9 años quise volver al lugar (con el collar puesto) y allí estaba ella, con la misma sonrisa cálida y humilde con la que yo la recordaba. Me emocione al verla…

 

Esperamos que disfruten de este capítulo!!

Gracias por acompañarnos en esta aventura de sentir la vida viajando!!

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Hasta la próxima!!!

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