Llegando al puente empezamos a ver una multitud de gente cuidando el paso, nos imaginamos que tal vez podrían dejarnos pasar pero de ninguna manera hubo caso. Para pasar esos escasos 100 metros que era lo que medía el puente y estar del lado hindú debimos hacer un recorrido de 14 kilómetros por un camino que ni siquiera figuraba.

Después de varias ofertas de personas para acompañarnos indicándonos el camino a cambio de unas cuantas rupias nepalíes apareció de la nada un chico hindú ofreciéndose para orientarnos sin pedirnos nada a cambio, un trayecto que solos no hubiésemos podido hacer ya que pasamos milimétricamente en medio de aldeas donde nuestra camioneta tenia de yapa 10 centímetros de cada lado para no rozar ninguna casa, en otros tramos levantando cables eléctricos para poder pasar, esquivando árboles en un bosque y levantando un decorado de cañas de bambú revestido en telas de colores que estaba clavado en medio de la calle para una ceremonia al día siguiente, y todo esto completamente de noche. Ah! Y cruzar la frontera por otro cruce sin marcar en medio de la oscuridad donde un policía con una linterna apuntándonos a la cara nos pedía los pasaportes y revisaba la camioneta.

Todo salió bien, llegamos a destino después de un par de horas sorteando obstáculos y con el guía que cayó del cielo. Esta vez paramos en la frontera del lado de India dejando al puente en conflicto a escasos 100 metros desde donde se seguían viendo a los manifestantes.

Se hizo la noche oscura, hicimos todos los tramites de ingreso y nos quedamos a pasar la noche en ese mismo pueblo. Nos indicaron que mejor vayamos a la estación de trenes para más seguridad ¿? y hacia allí fuimos, unos 5 kilómetros hasta el lugar en una noche cerrada con un camino inimaginable, solitario y lleno de pozos. En la estación no había nadie estacionado solo un par de coches chocados y abandonados y muchos ricksaw esperando al día siguiente para trabajar mientras que sus conductores lo usaban de refugio para sus sueños. Mucho más alrededor no se veía.

Cuando amaneció, el olor a India se empezó a sentir y el murmullo característico de este país desordenado también. Al abrir la ventana un mundo afuera estaba en pleno movimiento. Un día como cualquier otro ya estaba funcionando. El caos y el desorden infaltables y que si no estuviesen se extrañarían, completan la vida de esta India alborotada y detenida en el tiempo y que no hace caso a ninguna regla.

Al salir de casa enseguida se acercaron como de costumbre algunos para curiosear e intentar saber que hacíamos ahí. Saque algunas fotos de esas caras inolvidables. Estábamos rodeados de sulkys tirados a caballos y de ricksaw. Una estación con un movimiento bastante intenso de gente se sentía, todo lo contrario a la noche anterior cuando llegamos.

Salimos a la calle y nuevamente el mundo de los hindúes se abrió ante nosotros con una sonrisa. Volvimos por la misma calle y nuestra sorpresa fue grande al ver de día el paisaje que teníamos ante nosotros y eso que sentimos que ya no nos asombra nada con respecto a esto: Primero un lago de agua muy negra y densa cubría una parte enorme de terreno que formaba parte del paisaje de un barrio de casas bajas. Y unos metros más adelante el mar de agua negra se convirtió en un mar de plástico, y no es mentira ni exageración lo que estoy contando. En India la basura esta en todos lados, las calles están repletas y es parte del paisaje urbano, la vida transcurre encima de montañas de sobras y pedazos de plástico. Capas y capas fundiéndose con el paso del tiempo.

Las imágenes de este capítulo lo dicen todo.

No hacen falta palabras para explicar este paisaje muy típico de India. Pero nada opaca la amabilidad de este pueblo, la inocencia de los que lo habitan, las sonrisas más lindas del mundo.

Una vez más gracias por acompañarnos a seguir descubriendo y disfrutando de los caminos de este mundo que cuanto más se viaja más grande parece.

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Abrazos viajeros. Hasta el próximo capítulo!!