Pueden acarrear lo inimaginable colgando de su frente hacia atrás una cinta donde no importa el peso que desde allí cuelguen, ni cuánto es la distancia a recorrer, hombres y mujeres por igual, llevando además en sus espaldas el desgaste de la vida.

Nepal es un país para volver una y otra vez. Atrapa la tranquilidad de su religión, del paso del tiempo lento entre la nieve eterna de sus montañas.

Muy cerquita de Katmandú, a orillas del Rio Bagmati se encuentra Patán, una de las ciudades budistas más antiguas que existen en el mundo, con sus 200000 habitantes y que forma parte del denominado Valle de Katmandú.

Rica por su patrimonio cultural, por su tradición en las artes y artesanías. La mayor parte del arte nepalí está dedicado a los dioses y donde hay una gran cantidad de templos y monasterios de monjes budistas.

La ciudad está menos urbanizada que Katmandú, pero se pueden ver muchos talleres, tiendas, restaurantes, hoteles, escuelas, embajadas y otros sectores de la economía del valle de Katmandú.

La mejor manera de andar por Patán es caminando ya que el centro del lugar esta densamente poblado y los coches, motos y peatones comparten el mismo camino.

Uno de los lugares más bonitos de Nepal es la Patán Durbar Square, la plaza central, declarado también Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979 y que hacia allí fuimos encontrándonos con sus preciosos y antiguos edificios de arquitectura newarí y el paisaje general de colores rojizos.

Claro que la belleza también está en su gente, por su simpatía y amabilidad, una característica de Nepal que llama la atención apenas se pone un pie en el país más budista del mundo.

Y seguimos por estos caminos brillantes, verdes, llenos de sol, de inciensos y de plegarias al viento, de sonrisas blancas y de manos campesinas. Gracias Nepal por tanto cariño!!

Y gracias a ustedes amigos lectores por acompañarnos siempre!!!

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Hasta el próximo capítulo!!!